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Curso

"Cómo Interpretar la Biblia"

Cursos Bíblicos Escatología

Estudio

Los Tres Estados de la Vida

del Ser Humano

 Estado Presente, Estado Intermedio y Estado Final

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Introducción

Estado Presente

Estado Intermedio

Estado
Final

Serie
Esfuérzate y Sé Valiente

Un Llamado a la Acción y a la Obediencia
Basado en el Libro de Josué

Resumen de los Temas:

  1. La promesa está, pero la conquista es necesaria.

  2. La fuerza de la obediencia: el pecado de Acán.

  3. Esfuérzate y sé valiente.

  4. Medita en la Palabra y actúa.

  5. La victoria está asegurada, pero la gloria es de Dios.

Introducción

La vida cristiana no es un camino pasivo; es una jornada de fe, esfuerzo y obediencia que requiere valentía para abrazar las promesas de Dios y actuar en consecuencia. En esta serie titulada “Esfuérzate y Sé Valiente”, basada en el libro de Josué, exploraremos cómo Dios llama a Su pueblo a confiar en Sus promesas mientras actúan con determinación y fidelidad.

Josué, sucesor de Moisés, enfrentó el desafío de liderar a Israel hacia la tierra prometida, pero esa promesa divina requería acción: la conquista de Canaán. Al igual que Israel, nosotros también enfrentamos desafíos en los que confiar en Dios y actuar con valentía es indispensable. A lo largo de cinco partes, reflexionaremos sobre cómo la obediencia a Su palabra y la dependencia de Su poder sobrenatural son esenciales para caminar en victoria.

Primera Parte

 “La Promesa Está, Pero la Conquista es Necesaria”

Texto base: Josué 1:6-9

El capítulo 1 de Josué nos muestra un momento crucial en la historia del pueblo de Israel: después de generaciones de espera, estaban a punto de entrar en la tierra prometida. Sin embargo, la promesa no implicaba que recibirían la bendición sin esfuerzo. Dios dejó claro que la victoria dependía de tres elementos fundamentales: la obediencia al pacto, la valentía en la acción y la dependencia total de Su poder.

Dios respaldó a Josué como líder con las poderosas palabras: “Como estuve con Moisés, estaré contigo” (Josué 1:5). Este respaldo no era solo una declaración de ánimo, sino una promesa de que el mismo Dios que abrió el Mar Rojo estaría con ellos en cada batalla. Sin embargo, Israel debía cumplir condiciones claras: meditar, actuar y obedecer la Ley de Moisés.

Al igual que Israel tuvo que cruzar el Jordán y rodear Jericó con fe y obediencia, nosotros también debemos conquistar los desafíos que Dios pone frente a nosotros. Confiar en Su promesa es el primer paso, pero tomar acción y cumplir Su voluntad es la clave para experimentar la victoria y dar a Dios toda la gloria.

Antes de morir, Moisés (Deuteronomio 34:7) llamó a Josué, su servidor e hijo de Nun, y en presencia de todo Israel lo dejó a cargo para que guiase al pueblo hacia la tierra prometida, aquella que fluía leche y miel (Números 14:8). Por generaciones, los israelitas habían guardado la esperanza de recibir la herencia que Dios juró a Abraham y sus descendientes (Génesis 15). Ahora, bajo el liderazgo de Josué, la nación se encuentra a las puertas de Canaán. Sin embargo, el simple hecho de contar con la promesa de que Dios les entregaría la tierra no significaba recibir la bendición sin esfuerzo.

El mensaje era más que claro: la promesa divina estaba vigente, pero era necesario actuar; en otras palabras, “había que conquistar”. La victoria no se daría por sí sola. La victoria dependía de la obediencia al pacto, la valentía en la acción y la plena dependencia del poder sobrenatural de Dios.

Dios mismo confirmó la legitimidad y autoridad del liderazgo de Josué, sucesor de Moisés, con las palabras: “…como estuve con Moisés, estaré contigo…” (Josué 1:5). Este respaldo divino no fue solo una declaración de buena voluntad; significó que Dios pelearía al lado de Israel con Su poder sobrenatural. En el contexto de la guerra santa en el Antiguo Testamento, la expresión “estoy con vosotros” implicaba que el Señor de los ejércitos conducía la batalla, asegurando el triunfo (2 Crónicas 20:17). Con esta certeza, el pueblo no debía temer, sino obedecer y esforzarse, actuando con valentía (Josué 1:6-9).

Aunque la victoria estaba garantizada por la promesa de Dios, Israel necesitaba cumplir condiciones claras: meditar y obedecer la Ley de Moisés. Desde el principio, el Señor subrayó que el éxito en la conquista dependía de la fidelidad a Su palabra. El mandato “Esfuérzate y sé valiente” no era una simple exhortación, sino un llamado a alinearse con la voluntad divina. La ley, entregada a Moisés, constituía el criterio central para que Israel permaneciera bajo la bendición. Como se afirma en Josué 1:8, la meditación y obediencia a la Escritura eran la clave para prosperar en todo lo que emprendieran.

Este patrón se ve claramente en las primeras etapas de la conquista. La experiencia en Jericó (Josué 6) ilustra la fidelidad divina ante la obediencia del pueblo. Israel cruzó el Jordán de manera sobrenatural, confirmando que Dios actuaba a su favor. Luego, al rodear Jericó durante siete días y gritar al sonar las trompetas, los israelitas presenciaron un milagro: las murallas cayeron sin necesidad de tácticas militares humanas. Esta victoria no fue fruto de la astucia humana, sino del poder de Dios.

Además, la práctica de entregar todo lo conquistado a Dios —el llamado “herem” (חרם, en hebreo)— demostró que la gloria pertenecía exclusivamente al Señor, y no a la fuerza humana ni al botín de guerra. En otras palabras, “herem” implicaba consagrar o “poner bajo anatema” determinados bienes y personas, reservándolos para Dios. Esto significaba que, durante las guerras de conquista, Israel no tomaba el botín para su provecho, ni buscaba enriquecerse o adquirir esclavos, sino que dedicaba por completo los resultados de la victoria a Dios, ya fuera a través de su destrucción o de su uso exclusivo en el servicio divino. De esta manera, el “herem” reconocía la soberanía de Dios sobre todo lo que el pueblo obtenía y era un auténtico acto de adoración, reconociendo que el triunfo provenía del cielo.

Ejemplo Práctico para la Vida Actual:

Dios nos llama a tomar acción en los sueños, ministerios o cambios significativos que Él ha puesto en nuestros corazones. Aunque Su promesa de guiarnos está garantizada, necesitamos esforzarnos, prepararnos y caminar con fe y obediencia.

Imaginemos que Dios ha puesto en tu corazón el anhelo de iniciar un ministerio, un proyecto personal o un cambio significativo en tu vida. Sabes que Su promesa de guiarte y bendecirte está presente en Su Palabra. Sin embargo, esa meta no se alcanzará sin tu participación activa.

Debes “conquistar” el desafío: dar pasos concretos, trazar estrategias y establecer metas a corto, mediano y largo plazo, alineando tus acciones con los principios bíblicos. Así como Israel confió en Dios, obedeció Sus mandatos y actuó con valentía para ver las murallas de Jericó caer, tú también necesitas combinar fe y obediencia.

La conquista no es solo nuestra; el éxito glorifica a Dios y refleja Su poder en nuestra vida. Confiar en Su promesa es el primer paso, pero tomar acción y cumplir Su voluntad es la clave para experimentar la victoria y dar a Dios toda honra y gloria.

Segunda Parte

“La Fuerza de la Obediencia: El Pecado de Acán”

Texto base: Josué 7:1

“Pero los hijos de Israel cometieron una prevaricación en cuanto al anatema; porque Acán hijo de Carmi, hijo de Zabdi, hijo de Zera, de la tribu de Judá, tomó del anatema; y la ira de Jehová se encendió contra los hijos de Israel”.

El libro de Josué subraya continuamente la importancia de la obediencia a los mandatos de Dios como la clave para la victoria y la bendición. Desde el inicio de su liderazgo, Josué fue instruido con claridad: “Solamente esfuérzate y sé muy valiente, para cuidar de hacer conforme a toda la ley que mi siervo Moisés te mandó; no te apartes de ella ni a diestra ni a siniestra, para que seas prosperado en todas las cosas que emprendas” (Josué 1:7). Este principio, tan esencial para el éxito en la conquista de Canaán, se puso a prueba en la historia del pecado de Acán, que ilustra los devastadores resultados de desobedecer la voluntad de Dios.

La obediencia como clave para la victoria

Dios había sido claro con Israel desde la entrega de la Ley a través de Moisés: las bendiciones y las victorias eran el resultado de caminar en obediencia. Durante la conquista de Jericó, el pueblo de Israel experimentó cómo Dios cumplió Su promesa, dándoles una victoria sobrenatural (Josué 6). Sin embargo, esta victoria estaba sujeta a una condición específica: todo lo conquistado debía ser consagrado a Dios como “herem” (Josué 6:17-19). Esta orden no solo era un acto de adoración, sino también un recordatorio de que la victoria pertenecía a Dios y no a los esfuerzos humanos.

En contraste, la siguiente batalla en Hai fue marcada por la desobediencia. Acán, movido por la codicia, tomó para sí lo que debía ser dedicado a Dios, rompiendo el pacto (Josué 7:1). Este acto individual de desobediencia no solo afectó a Acán, sino a toda la comunidad de Israel. Cuando enfrentaron a Hai, un enemigo aparentemente débil, Israel sufrió una humillante derrota. Treinta y seis hombres murieron, y el pueblo quedó desmoralizado (Josué 7:5). La razón fue clara: el pecado de uno había contaminado a toda la nación.[1]

El juicio sobre el pecado

Cuando Josué buscó a Dios en oración, el Señor reveló la causa del fracaso: “Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé…” (Josué 7:11). Esto demuestra que, ante los ojos de Dios, la desobediencia no es solo un acto individual; afecta a toda la comunidad de fe. En el caso de Acán, su pecado no solo deshonró a Dios, sino que puso en peligro el cumplimiento de las promesas divinas para Israel.

La solución para restaurar la relación con Dios fue enfrentar el pecado de manera directa. Después de que Acán confesó su transgresión, él, junto con su familia y sus posesiones, fueron eliminados del campamento (Josué 7:25-26). Aunque este juicio puede parecer severo, subraya la seriedad con la que Dios trata la desobediencia y el pecado deliberado.

 

La restauración a través de la obediencia

Después de purificar al pueblo, Israel fue nuevamente fortalecido por Dios para enfrentar a Hai. En esta ocasión, Josué recibió instrucciones específicas sobre cómo proceder, y el pueblo actuó en total obediencia (Josué 8:1-27). Con Dios a su lado, Israel obtuvo la victoria, reafirmando que el éxito proviene de la fidelidad al Señor.

La renovación del pacto en el Monte Ebal (Josué 8:30-35) marcó un nuevo comienzo para Israel. Este evento no solo celebró la victoria, sino que también sirvió como recordatorio de que la obediencia es la base para experimentar las bendiciones de Dios.

Ejemplo Práctico para la Vida Actual:

Imaginemos un equipo de trabajo en el que uno de los integrantes decide actuar de manera deshonesta, tomando algo que no le pertenece o trabajando de manera negligente. Este acto puede comprometer la reputación del equipo completo, generar desconfianza y retrasar los objetivos comunes. De manera similar, cuando desobedecemos a Dios, nuestras acciones pueden afectar a quienes nos rodean y obstaculizar Su obra.

Así como Israel tuvo que enfrentar el pecado de Acán para restaurar su relación con Dios, nosotros también debemos examinar nuestros corazones, arrepentirnos y buscar la restauración. Vivir en obediencia a Su palabra nos asegura caminar en bendición y ser instrumentos para Su gloria. La fuerza de la obediencia no solo trae paz personal, sino también armonía y éxito en nuestras comunidades, reflejando el carácter y la fidelidad de nuestro Dios.

 

[1] En la cultura de Israel durante la época del Antiguo Testamento, la responsabilidad colectiva era una norma común, especialmente en el contexto del pacto con Dios (Josué 7:11). Este principio, sin embargo, evolucionó hacia una responsabilidad individual en pasajes como Ezequiel 18:20.

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