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15 Pasos para una Oración con Propósito

Actualizado: 16 feb



Siguiendo con las anteriores reflexiones sobre la oración en: “La Oración como Faro de Esperanza en un Mundo en Conflicto” https://www.rinconcitodelaoracion.com/single-post/la-oraci%C3%B3n-como-faro-de-esperanza-en-un-mundo-en-conflicto y “Cuando la Oración Toca el Corazón de Dios” https://www.rinconcitodelaoracion.com/single-post/cuando-la-oraci%C3%B3n-toca-el-coraz%C3%B3n-de-dios, iremos agregando cada semana y en la misma reflexión, uno tras otro los 15 puntos fundamentales para que una oración sea escuchada y aceptada por el Altísimo.


Siempre debemos pedir la guía y ayuda del Espíritu de Dios: “De igual manera, el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad. Porque no sabemos orar como es debido, pero el Espíritu mismo ruega a Dios por nosotros, con gemidos que no pueden expresarse con palabras”. (Romanos 8:26).


Tras esta breve introducción, pasamos al primer paso de una “Oración con Propósito:


1. Orar en todo momento: “Orad sin cesar”. (1 Tesalonicenses 5:17), “…a tiempo y fuera de tiempo…” (2 Timoteo 4:2). Las Escrituras nos dicen que el rey David, hablaba (oraba) con Dios “Tarde y mañana y a mediodía oraré y clamaré, Y él oirá mi voz.” (Salmos 55:17), mientras que el profeta Daniel, cuando se enteró de que el “… edicto había sido firmado, entró en su casa, y abiertas las ventanas de su cámara que daban hacia Jerusalén, se arrodillaba tres veces al día, y oraba y daba gracias delante de su Dios, como lo solía hacer antes”. (Daniel 6:10).


Más allá del estado de ánimo y las circunstancias por las que se esté atravesando, la oración, es necesaria. Y aunque sepamos que, por la Omnisciencia de Dios (uno de Sus atributos), todo lo sabe “…aún no está la palabra en mi lengua, Y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda”. (Salmo 139:4), debemos seguir orando en todo momento.

La oración es un diálogo con el Creador, un momento de koinonía entre Padre Celestial y su hijo/a.


Luego de explorar la importancia de ser constantes en la oración en nuestro primer paso, nos adentramos en el segundo de estos “15 Pasos para una Oración con Propósito”.


En esta segunda entrega, analizaremos otro punto fundamental: El Agradecimiento.


El ser agradecidos en la oración reconociendo a Dios como nuestro soberano, nos prepara para un encuentro enriquecedor, vivificador y transformador con el Altísimo.


La gratitud desempeña un papel fundamental en nuestra relación y en nuestra vida con el Espíritu Santo. El reconocimiento, es una expresión sincera de aprecio por las bendiciones y bondades que Dios por gracia ha dado nuestra vida.

Tras esta breve introducción, pasamos al segundo paso de una “Oración con Propósito:


2. Ser agradecidos en la oración: que no sea todo pedir o exigir a Dios, sino también, seamos agradecidos. Aunque se tarde en responder o conteste de una manera contraria a lo que le estamos pidiendo, seamos agradecidos. Él sabe qué es lo mejor para nuestra vida. “Dad gracias al Señor, porque Él es bueno…” (1 Crónicas 16:34). “Estad siempre gozosos; orad sin cesar; dad gracias en todo” (1 Tesalonicenses 5:16-18).


Uno siempre quisiera que Dios acceda a nuestras peticiones, pero, aunque el resultado sea el opuesto por el que estamos orando, seamos agradecidos. Aún nos encontremos en circunstancias problemáticas y dolorosas, agradezcamos de la misma manera como Job lo hizo cuando se enteró de su desgracia “¿Recibiremos de Dios el bien, y el mal no lo recibiremos?” (Job 2:10).


Que la gratitud, sea la expresión de una vida centrada en Dios y en el Señor Jesucristo. Hay un refrán español que dice: “De hijos bien nacidos es ser agradecidos” y Cervantes decía: “La ingratitud es la hija de los soberbios”.


Después de reflexionar sobre la constancia y la gratitud en la oración, avanzamos al tercero de estos “15 Pasos para una Oración con Propósito”. En esta entrega, analizaremos otro punto crucial: la diversidad de lugares para invocar a Dios.


3. Todo lugar es bueno y aceptable para orar: Aunque ciertos lugares pueden motivarnos a una conexión más profunda con Dios, la Biblia nos muestra que cualquier lugar es propicio y las oraciones serán bien recibidas por el Señor. Aunque Mateo 6:6 nos anima a buscar lugares íntimos para orar “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto...” no debemos dejar pasar la oportunidad de entablar esa íntima relación, como lo es la oración, con nuestro Dios sin importar dónde nos encontremos.


Un ejemplo conmovedor lo encontramos en 1 Samuel 1:9-10, donde Ana, llena de amargura, ora a Jehová mientras está en el templo de Silo “…Ana después que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo de Jehová, ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente”, fiel testimonio el de Ana, que demuestra que cualquier lugar puede convertirse en un espacio sagrado de encuentro con Dios.


Obviamente, habrá lugares que predisponen a una mejor “koinonía” con Dios, pero lo importante es no dejar pasar esa oportunidad más allá del lugar donde nos encontremos (subte, colectivo, sala espera en consultorio, fila en el banco, etc. etc.) cuando surge la necesidad de un corazón quebrado y necesitado.


Lo importante es “...que los hombres oren en todas partes, y que eleven sus manos a Dios con pureza de corazón…” (1 Timoteo 2:8) y que oren siempre sin desmayar (Lucas 18:1).


Tras reflexionar sobre la constancia, la gratitud y el entorno propicio para la oración, avanzamos con el cuarto de estos “15 Pasos para una Oración con Propósito”. En esta ocasión, exploraremos otro punto crucial: la actitud al invocar a Dios.


4. Toda posición digna será aceptable para orar: Dios espera en todo momento que nos acerquemos a Él en oración, independientemente de la postura que elijamos. No siempre será necesario orar de rodillas; podríamos estar descansando en la cama, sentados en un sillón, en el baño, en un colectivo o en el subte, entre otros lugares. Lo fundamental es que nos acerquemos “…con corazón sincero, en plena certidumbre de fe, purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura”. (Hebreos 10:22).


De acuerdo a lo que hemos venido viendo en el punto tres y en este, es fundamental reconocer que la conexión con Dios va más allá de la postura física; se trata de la disposición del corazón y la fe con la que nos acerquemos a Él en oración.


Nuestra actitud de humildad reconociendo su soberanía y sinceridad en nuestra petición, será lo que verdaderamente importa al comunicarnos con Dios, más allá de la posición física. 


Él siempre está disponible para escuchar las peticiones de sus hijos, sea en un templo, en la intimidad de nuestro hogar o en cualquier otro espacio digno de ser alabado. 


5. Orar respetando la investidura de Dios: Este paso nos lleva a considerar profundamente a quién nos dirigimos en oración. Implica no solo reconocer la presencia divina, sino también honrar su soberanía, santidad y grandeza, debiéndolo hacer siempre con un “…corazón contrito y humillado…” como se menciona en el Salmo 51:17, evitando de esa manera una actitud de superioridad, altivez o arrogancia, permaneciendo rebeldes a su exhortación y dirección.


Es crucial comprender que la oración no es simplemente una petición o una lista de deseos, sino un diálogo reverente con el Altísimo. Al respetar la investidura de Dios, nos alineamos con su voluntad y nos volvemos receptivos a su dirección y orientación.


Por tanto, este paso nos insta a la sumisión y respeto ante la majestad de Dios. Es una invitación a orar desde un corazón dócil y receptivo, reconociendo la divinidad a la que nos dirigimos y respondiendo con reverencia y obediencia a su llamado.


6. Alabar a Dios en todo momento:  orar por lo que el Señor es y no por lo que él puede ofrecer: “Bendice, alma mía, al Señor, y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios”. (Salmos 103:1- 2) 


En el 2016 la bebé de un mes del cantante rapero Wisin, murió de una extraña enfermedad genética y su mensaje en las redes fue el siguiente “Jehová dio, y Jehová quitó; sea el nombre de Jehová bendito”. (Job 1:21)


Cuando el rey David deseó y tomó a Betsabé, (la esposa de Urías), ella quedó embarazada, entónces “…Jehová hirió al niño… y enfermó gravemente…” y finalmente “…al séptimo día murió…” (2 Samuel 12:15-16).  Después de que le dieron la noticia al rey, él “…se levantó de la tierra, y se lavó y se ungió, y cambió sus ropas, y entró a la casa de Jehová, y adoró”  (2 Samuel 12:20). 


Aunque algunas situaciones son incomprensibles, alabemos a Dios más allá de nuestro desconcierto o del dolor por el que tengamos que pasar.


Como vemos, este sexto punto se centra en la importancia de alabar a Dios en medio del dolor y las dificultades de la vida. A pesar de los momentos difíciles, la fe nos insta a reconocer la grandeza de Dios, Su soberanía y a alabarlo por quién es Él, no solo por lo que puede ofrecernos. Esta actitud de alabanza y adoración, incluso en momentos de pérdida o arrepentimiento, nos ayuda a encontrar consuelo, fortaleza y paz en la presencia de Dios.


Recordemos que la alabanza trasciende las circunstancias. Alabar a Dios más allá del dolor no significa ignorar el sufrimiento, sino encontrar esperanza y fortaleza en Él. Al rendirle honor y gloria a Dios en todos los momentos de nuestra vida, incluso en los más difíciles, reconocemos Su soberanía y nos acercamos a experimentar Su paz, esa paz que va más allá de todo entendimiento.


Así, la oración de alabanza nos conecta con la presencia de Dios y nos ayuda a mantener una perspectiva centrada en Él, fortaleciendo nuestra fe y confianza en Su amor y poder, incluso en medio de las pruebas más difíciles, porque detrás de toda situación, hay un aprendizaje y un propósito personal de Dios con cada uno de nosotros.


7.  Orar con sencillez de palabra: “…no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos”.  (Mateo 6:7).  No es necesario ser “docto, ni letrado” para dirigirnos a Dios, recuerden que Dios “… no mira lo que mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero Jehová mira el corazón”.  (1Samuel 16:7).  Cuando Moisés hablaba a Jehová, lo hacía “…cara a cara, como habla cualquiera a su compañero” de esa manera, recibía la guía y directivas para sacar a su pueblo de la opresión y esclavitud de Egipto (Éxodo 33:11).   


La oración con propósito no se basa en la cantidad de palabras que usamos, sino en la calidad de nuestra comunicación con Dios. No se trata de repetir frases hechas o memorizadas, sino de expresar lo que sentimos y pensamos con sinceridad y humildad. Dios no se fija en nuestra elocuencia o erudición, sino en nuestra fe y obediencia.


Él conoce nuestro corazón y nuestros pensamientos, y sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos (Mateo 6:8). Por eso, debemos orar con sencillez de palabra, “…y no con alardes de sabiduría y retórica, para no quitarle valor a la muerte de Cristo en la cruz”.  (1 corintios 1:17)


Un ejemplo de oración con sencillez de palabra es la que hizo el publicano en el templo, que solo dijo: “¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy pecador!” (Lucas 18:13). Jesús dijo que este hombre se fue a su casa justificado, más que el fariseo que se jactaba de sus obras y despreciaba a los demás (Lucas 18:14). El publicano reconoció su pecado y su necesidad de la misericordia de Dios, y por eso fue aceptado por él.


Así que, cuando oremos, no nos preocupemos por usar muchas palabras o por impresionar a Dios o a los hombres, sino que hablemos con él como a un amigo, con respeto, amor, sencillez y verdad.


8. Claridad y sensatez a la hora de orar:  No irnos por las ramas.  Focalizar nuestra necesidad y presentársela a Dios.  No debería ser una oración generalizada, sino más bien específica, como cuando Jesús le preguntó al ciego Bartimeo, que quería que hiciese por él y este en su desesperación le gritó: “Rabí, quiero ver…” (Marcos 10:51) o como cuando Ana (1 Samuel 1: 11) imploró al Señor que le diera un hijo, su petición fue bien específica, sabía cuál era su necesidad.  En ambos casos tanto Bartimeo (pidió ver) como Ana (clamando por un hijo), fueron directos y específicos, ellos expresaron sus necesidades de manera clara y concreta a Dios, lo que les permitió recibir respuestas a sus oraciones. 


Si vamos al NT Jesús en Mateo 7:7-8 enseña: “Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”.   Esta enseñanza resalta la importancia de pedir y buscar, lo cual implica una acción específica y clara en nuestras oraciones.


En Filipenses 4:6: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias”. Aquí se hace énfasis en que nuestras peticiones deben ser conocidas por Dios, lo cual sugiere expresar nuestras necesidades de manera clara y transparente.  Y en Juan 14:13-14 Jesús dice: “Y todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si algo pidiereis en mi nombre, yo lo haré”.  Esta promesa nos anima a orar específicamente, en nombre de Jesús, confiando en que Él responderá conforme a Su voluntad.


Estas referencias subrayan la importancia de ser claros y específicos en nuestras peticiones a Dios. Al expresar nuestras necesidades de manera directa y precisa, mostramos una confianza y dependencia en Dios, lo cual fortalece nuestra relación con él y nos permite recibir respuestas a nuestras oraciones.


Seamos claros y sensatos a la hora de orar “Pedís, y no recibís, porque pedís mal…”. (Santiago 4:3), vayamos directo al grano porque Dios está al tanto de todo, incluso de los detalles más pequeños “…hasta los cabellos de vuestra cabeza están todos contados”.  (Mateo 10:30)


9. Ser persistentes en la oración: “Perseverad en la oración, velando en ella con acción de gracias” (Colosenses 4:2).  En este mundo digitalizado, donde a un “click” tenemos la respuesta y solución a nuestra necesidad, no funciona de esa manera con el Señor.  La soberanía y los tiempos son de él.   El versículo, nos insta a perseverar en la oración, manteniendo una actitud constante de comunión con Dios. La oración requiere de paciencia y persistencia. No siempre recibimos respuestas instantáneas, y la soberanía de Dios se manifiesta en Sus tiempos, que pueden diferir de nuestros deseos y expectativas.


El pasaje de Lucas 18:1 “…orar siempre, y no desmayar…”  nos enseña sobre la importancia de orar sin desfallecer. La parábola que sigue a este versículo, la de la viuda persistente, ilustra que incluso cuando parece que Dios no responde de inmediato, debemos continuar orando con fe y constancia, confiando en Su fidelidad y sabiduría.


En un mundo donde la gratificación instantánea es común, la oración persistente nos recuerda que nuestra relación con Dios está basada en la confianza, la paciencia y la rendición a Su voluntad. No es tanto sobre obtener respuestas rápidas, sino sobre mantener una conexión constante con el Padre celestial mediante la oración, reconociendo Su soberanía y confiando en Su amor y plan para nuestras vidas.


Este paso nos invita a mantener una actitud de fe y confianza en Dios, independientemente de si vemos respuestas inmediatas a nuestras oraciones o no. La persistencia en la oración nos permite profundizar en nuestra relación con Dios y fortalecer nuestra dependencia de Él.


10. Orar por provisión/sustento, protección, salud y fortaleza: Este décimo paso en una oración con propósito es una oportunidad para dirigir nuestras peticiones hacia áreas fundamentales de nuestras vidas.


Al orar por provisión y sustento, estamos reconociendo la dependencia que tenemos de Dios en todos los aspectos, tanto espirituales como materiales. En Mateo 6:11, Jesús nos enseña a pedirle al Padre celestial: “Danos hoy el pan nuestro de cada día”. Esta petición trasciende la mera necesidad física de alimento y nos recuerda que es Dios quien provee nuestras necesidades diarias, nutriendo tanto nuestro cuerpo como nuestra alma.  A su vez, esta petición implica el compromiso de reconocer que al depender de Dios tanto para nuestro sustento material como espiritual, también asumimos la responsabilidad de ser buenos administradores de las bendiciones que recibimos por su gracia.


La oración por protección es esencial en nuestro caminar espiritual. Enfrentamos desafíos y adversidades en este mundo, y al elevar esta súplica, buscamos la cobertura divina contra las artimañas y tentaciones del maligno. Efesios 6:11 nos insta a vestir “…toda la armadura de Dios…” para resistir los ataques espirituales. Al orar por protección, nos encomendamos a Dios para resguardarnos del mal y permitirnos permanecer firmes en nuestra fe ya que será Dios el que guarda “…tu salida y tu entrada…” (Salmo 121:8) 


A su vez, el peticionar por salud ocupa un lugar primordial. Orar por nuestra salud física y emocional es crucial en nuestro caminar espiritual. El bienestar físico nos permite servir a Dios y a los demás de manera efectiva. En el libro de Santiago 5:16, se nos insta a orar unos por otros para recibir sanidad. Al pedir por salud, buscamos la restauración y el cuidado divino para nuestro cuerpo, mente y espíritu. Reconocemos que la salud es un regalo precioso que proviene de Dios, y al elevar esta súplica, nos encomendamos a Su gracia y misericordia para mantenernos fuertes y vigorosos para cumplir con Su propósito en nuestras vidas y servirle con alegría.


Al pedir por fortaleza, reconocemos nuestra vulnerabilidad frente a las adversidades diarias. Esta fortaleza trasciende la resistencia física; implica un estado espiritual que nos capacita para encarar desafíos con valentía, recordándonos que, a pesar de los momentos difíciles, no estamos solos. Confiar en la fortaleza que proviene de Dios nos permite superar cualquier situación.


En nuestra oración, anhelamos la capacidad de obedecer los mandamientos de Dios. Esto no solo demanda conocimiento, sino también la fortaleza y gracia divina para cumplir con los preceptos divinos en nuestra vida cotidiana. El pasaje de 1 Pedro 1:16 nos exhorta a “…ser santos, porque yo soy santo…”, guiándonos hacia la pureza y rectitud en nuestra vida diaria.


La santidad puede plantear interrogantes como ¿qué es ser santo? o ¿qué significa santidad? Y santidad, implica vivir de acuerdo con principios éticos y morales, evitando el mal y dedicándose a hacer el bien, en un esfuerzo por estar más cerca de la voluntad divina. Santidad es vivir apartados del mal.


Santiago 1:22 nos urge a ser hacedores de la palabra y no solo oidores. Al solicitar la fortaleza para obedecer y actuar según los mandamientos divinos, buscamos alinear nuestra vida con la voluntad de Dios.


Estos son los motivos por los cuales es crucial incluir en nuestras peticiones aspectos como provisión/sustento, protección, salud y fortaleza.


11. Ser francos en la oración: Cultivemos la humildad y la sinceridad al reconocer nuestras faltas ante Dios. A pesar de lo difícil que esto represente, será crucial admitir nuestro pecado y faltas delante de Dios. Procuremos pedir su perdón de todo corazón, aceptando su exhortación para ser transformados y moldeados por Él, dejando de lado todo amor propio.


El profeta Daniel fue llevado al exilio a Babilonia en su juventud y, a lo largo de los años, siempre se caracterizó por su humildad, franqueza y honestidad. Sin embargo, al llegar el momento de orar, se incluyó a sí mismo, reconociendo que todos “…hemos pecado, hemos cometido iniquidad, hemos hecho impíamente, y hemos sido rebeldes, y nos hemos apartado de tus mandamientos y de tus ordenanzas”. (Daniel 9:5).  Sin señalar acusatoriamente a su pueblo, Daniel asumió responsabilidad colectiva al identificarse con el resto, renunciando a su orgullo.


Aunque Daniel no fue el único que demostró franqueza delante de Dios. El rey David, conocido como un “…varón conforme a su corazón…” de Dios (1 Samuel 13:14) y reconocido por su estrecho vínculo con Él, nos dejó un poderoso ejemplo de franqueza en la oración. En el Salmo 51:10, después de pecar con Betsabé, David suplicó a Dios: “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, Y renueva un espíritu recto dentro de mí”. 


Este Salmo es un testimonio de la honestidad, humildad y búsqueda del perdón por parte de David. A pesar de ser un rey conforme al corazón de Dios, David demostró una humildad notable al presentarse delante de Dios sin alardear de su posición. En lugar de resaltar su jerarquía como monarca, se humilló sinceramente, reconociendo su necesidad del perdón divino.


Que estos ejemplos de humildad nos inspiren a acercarnos a Dios con corazones sinceros, dejando de lado cualquier orgullo y reconociendo nuestra dependencia de Su gracia. Reconozcamos nuestras faltas con sinceridad, admitiendo nuestras equivocaciones y buscando el perdón de Dios de manera humilde y genuina.


Que, al seguir estos modelos de humildad, podamos cultivar una conexión más profunda con nuestro Creador, aprendiendo a dejar de lado nuestro orgullo y amor propio.


12. Generosidad al momento de orar: no solo debemos orar por nuestras necesidades.  Que no sea una oración egocéntrica, centrada en nuestro "yo", sino también por aquellas personas (conociéndolas o no), necesitan del Señor en algún aspecto. 


Debemos orar también por la iglesia “local” como por la iglesia “universal”, esté donde esté, así mismo “Pedid por la paz de Jerusalén” (Salmo 122:6), “Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios”.  El profeta Daniel durante su exilio en Babilonia, oraba no solamente por él sino por todo el pueblo hebreo reconociendo y pidiendo perdón por los pecados: “Todo Israel traspasó tu ley apartándose para no obedecer tu voz; por lo cual ha caído sobre nosotros la maldición y el juramento que está escrito en la ley de Moisés, siervo de Dios; porque contra él pecamos”.  (Daniel 9:11).


En nuestro tiempo de oración, no nos limitamos a buscar perdón y provisión para nosotros mismos. Intercedemos también por la restauración y renovación de la comunidad más amplia, reconociendo nuestras faltas colectivas y clamando por la gracia divina.


La generosidad en la oración va más allá de nuestras cargas individuales; es un acto de amor y compasión hacia los demás. Que nuestras oraciones reflejen no solo nuestras luchas y alegrías, sino también las de aquellos que, en su silencio, claman al Señor.


13. La oración no debe considerarse como un “canje”:  No se “negocia” con Dios. Nuestras peticiones no son transacciones comerciales, ni promesas que hacemos esperando recibir algo a cambio. La oración no implica trueques con Dios. Aunque el pasaje en 1 Samuel 1:11 podría parecer confuso, cuando Ana, una de las esposas de Elcana, ora con el alma llena de amargura porque no podía darle un hijo a su marido “…si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza”. Al cumplirse el tiempo, Ana finalmente quedó embarazada dando a luz al que luego sería el profeta Samuel.  La oración de Ana no fue un canje; más bien, fue un voto, un ofrecimiento y una dedicación de su primogénito al Señor.


Otro ejemplo bíblico que puede ilustrar la idea de que la oración no debe entenderse como un “canje” con Dios la encontramos en el Nuevo Testamento, en el Evangelio de Mateo 6:5-6 “…cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa. Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público”.


El pasaje resalta la importancia de la sinceridad y la intimidad en la oración, indicando que no debemos orar para ser vistos por otros ni con la expectativa de un beneficio inmediato. En cambio, la gratificación proviene de la comunión íntima con Dios en privado.


14.  Tener fe al orar: porque “…sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan”.  (Hebreos 11:6).  Y pidan “…con fe, no dudando nada; porque el que duda es semejante a la onda del mar, que es arrastrada por el viento y echada de una parte a otra.  No piense, pues, quien tal haga, que recibirá cosa alguna del Señor” (Santiago 1:6-7). 


Cuando en el capítulo dos de Daniel, el rey Nabucodonosor tiene un sueño perturbador que ni siquiera sus magos y agoreros supieron darle el significado, Daniel se juntó a orar con sus amigos y “…el secreto (le) fue revelado…” (Daniel 2:19).  Toda oración llega al trono de gracia “…los cuatro seres vivientes y los veinticuatro ancianos se postraron delante del Cordero; todos tenían arpas, y copas de oro llenas de incienso, que son las oraciones de los santos…” (Apocalipsis 5:8).  “Suba mi oración delante de ti como el incienso…”  (Salmo 141:2).  El incienso indica la lealtad reverente y la dependencia de Dios. En toda su intensidad sensorial es, en realidad, el modelo adecuado para la oración.  Aunque nos cueste entender el misterio de “la oración” sigamos haciéndolo, sigamos orando, formemos un hábito ya que “Las pequeñas y grandes batallas, se ganan en oración”.


15. Orar en busca del reino: En Mateo 6:33, se nos insta a buscar primeramente “…el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”.  El profeta Daniel, aun en los peores momentos, centraba su prioridad en el reino de Dios, su honor y gloria. Ésta es la dirección que nuestra vida debe tomar. Sin duda Dios nos ama de tal manera que Él proveerá para nuestras necesidades.  Pero nuestra oración debe estar centrada primeramente en ¨buscar el reino de Dios y Su justicia¨.  Dios sabe cuáles son nuestros anhelos y necesidades.  Debemos orar con la mentalidad de reino y la esperanza puesta en su pronta consumación “Ven pronto Señor Jesús” (Apocalipsis 22:20).


Conclusión:


Más allá del motivo de nuestra oración, debemos concluir de la misma manera que el Señor Jesús lo hizo en el Huerto de los Olivos “…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.  (Lucas 22:42).  Al finalizar cada oración debemos aceptar la voluntad de Dios, (más allá de lo que implique), será una forma de rendirnos a su autoridad.


La voluntad de Dios siempre es buena, agradable y perfecta (Romanos 12:2) Él siempre sabe lo que nos conviene, lo que es mejor para sus hijos.  Él no ve solo una parte de nuestra vida, como nosotros la vemos "...Antes que yo te formara en el seno materno, te conocí..." (Jeremías 1:5) sino que la ve su totalidad.  Debemos prepararnos para aceptar la voluntad de Dios con gozo y agradecimiento, aunque no sea de nuestro agrado.  Él sabe que es lo mejor para cada uno de nosotros en cada situación.



Al orar reconocemos y aceptamos nuestra fragilidad y dependencia a Dios.  Orar es aceptar la voluntad de Dios, más allá de que no sea la nuestra.  Pedir al Espíritu que la petición esté alineada a su voluntad.  Algunas veces creemos estar pidiendo por una causa justa, pero Dios que todo lo ve y su justicia sobrepasa todo entendimiento, sabe lo que conviene o no a cada uno de sus hijos.  "Dios es juez justo, y un Dios que se indigna cada día contra el impío".  (Salmo 7:11).  Que nuestra oración termine siempre de la misma manera que el Señor Jesús lo hizo en el Monte de los Olivos “Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”.  (Lucas 22:42).


“Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”.  (Juan 15:7).  El “permanecer” significa que debemos ir en pos de Jesús hasta crecer “…a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo…” (Efesios 4:13)


Cuando permanecemos en Jesús – entonces nuestra voluntad se alinea cada vez más con Su voluntad, y podemos pedir lo que deseamos, y pedir más y más conforme a Su voluntad. Entonces veremos oraciones respondidas. Dios oye toda oración (Salmo 65:2), solamente hay que tener sabiduría para pedir.




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