Dios nunca está tan ocupado como para no escucharte.
Actualizado: 21 nov 2022
Años atrás asistí a la presentación de uno de los tantos libros que publicó el escritor argentino, Marcos Aguinis. Al término de su exposición, daban tiempo para preguntas y para saludarlo aquellos que lo quisieran hacer.
Fue tal la avalancha de preguntas, que muchas quedaron sin contestar; ni siquiera se pudieron formular. Y otro tanto sucedió para los que lo querían saludar. Se formaron largas filas ya que la mayoría quería un tiempo personal con él. Pero he aquí la desilusión de muchos. Algunos se cansaron de esperar (entre las que me incluyo) y terminamos yéndonos sin poder saludarlo. Era demasiada la espera para tener alguna palabra con él.
No así sucede cuando lo buscamos a Dios en oración. Estamos recurriendo al mejor escritor, al mejor médico, al mejor ingeniero, al mejor arquitecto, mejor diseñador, y podríamos continuar con las atribuciones. Cuando llega el momento de dirigirnos a Dios en oración, creo que la mayoría de nosotros no tomamos en cuenta o tenemos la verdadera dimensión ante quien nos presentamos.
Estamos apelando nada más ni nada menos que al mismo Creador del universo. Y aunque cueste entenderlo o siquiera pensarlo, Él siempre tiene tiempo para nosotros. Así sea para escuchar nuestras cuestiones, nuestras preguntas, nuestros anhelos y tristezas o para expresarle nuestro amor.
No hay mayor privilegio (porque es un privilegio por gracia recibida) el poder hablar personalmente con el Dios Todopoderoso y que Él atienda nuestras demandas. Él nunca va a contestarnos con un: “estoy muy ocupado” o “tu causa me tiene sin cuidado”, “tu motivo de ruego no es tan importante en este momento” o “tengo otros asuntos más importantes que el tuyo, tendrás que esperar”.
Dios siempre toma en cuenta nuestra oración y está atento y dispuesto a escucharnos respondiéndonos de una manera u otra. Ahora, sí esto es así, entonces ¿cuál es el motivo por el cual practicamos la oración tan poco? Y con todo lo que la oración puede significar para nosotros, ¿por qué a veces decidimos no orar? Quizás pensemos que si Dios lo sabe todo aún antes de que se lo pidamos, entonces no vale la pena orarle, o ¿para qué orar si Él ya tiene un plan perfecto para cada uno de nosotros que finalmente se cumplirá?
Sin embargo la Biblia enseña que se debe orar, aun cuando Dios sepa todas las cosas. Moisés, habló con Dios “como habla un hombre con su amigo” y recibió la guía y la revelación del Señor para sus decisiones en el liderazgo (Éxodo 33:11), David, hablaba con Dios “tarde, mañana y mediodía” (Salmos 55:17) y lo estuvo guiando y aconsejando durante su reinado en Israel.
Dios quiere ese momento de intimidad en oración, porque es una manera de demostrarle que estamos confiando en Él para resolver cualquier problema que se nos presente. Al acercarnos al trono de Dios en oración, contraemos un cierto grado de responsabilidad al volcar nuestras peticiones y estamos dispuestos a recibir palabra, a guardarla, atesorarla y a cumplirla.
La oración significa esperanza, implica ayuda, representa alivio, conlleva poder y fortaleza. La oración nos dignifica ante Dios. Jesús oraba en secreto y veía como Dios proveía en público.
Aunque nos cueste entender el misterio de “la oración” sigamos haciéndolo, sigamos orando, formemos un hábito de ello, porque: “Las pequeñas y grandes batallas, se ganan en oración”.
Señor, te pido que me perdones por los momentos en que no he valorado ni creído en el poder de la oración que me has ofrecido. He intentado resolver mis problemas de otras maneras. Pero ninguna ha resultado eficaz. Padre, quiero aprender a orar con fe. Quiero acercarme más a ti. Anhelo experimentar esta clase de seguridad y libertad para creer en ti, depender totalmente de ti y marchar a la batalla de tu mano. Te pido que me guíes a medida que intento a confiar más en ti. Entréname. Capacítame. Transfórmame en un poderoso guerrero de oración. Glorifícate a través de mí a medida que confío en ti. En el nombre de Jesús, Amén.