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¿Qué te impide ver milagros? (Última Parte)



Siguiendo el mensaje Parte I de “¿Qué te impide ver milagros?” de la semana pasada:


Y continuando en el mismo Evangelio de Marcos 6, Jesús envía en misión a sus doce discípulos para que fuesen de dos en dos a visitar aldeas impartiéndoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Al enviarlos de esta manera, se aseguraba se diesen ánimo y apoyo mutuamente, sobre todo, para enfrentar el rechazo y el descreimiento de algunos.


Sin embargo en una oportunidad, sus discípulos no pudieron echar fuera el espíritu inmundo de un joven. El padre del muchacho, un hombre de fe, suplicó a Jesús quien reprendiéndolo sanó al muchacho. (Lucas 9:37-43)


Cambiando al Evangelio de Mateo, el capítulo 14 narra cuando los discípulos de Jesús navegando en una barca, de repente se acercó Jesús andando sobre las aguas del mar. Pensando ellos que era un fantasma, de miedo se pusieron a gritar. Pero Jesús les habló enseguida para que vieran que era Él. En medio de esta conmoción, Pedro se dirigió al Señor diciéndole: “…Señor, si eres tú, mándame que vaya a ti sobre las aguas. Ven dijo Jesús. “Y descendiendo Pedro de la barca, caminó sobre las aguas, y fue hacia Jesús. Pero viendo la fuerza del viento tuvo miedo, y empezando a hundirse gritó, diciendo: ¡Señor, sálvame! Y al instante Jesús, extendiendo la mano, lo sostuvo y le dijo: Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste? Mateo 14:22-33


¿Por qué los discípulos no pudieron echar fuera un demonio y porque Pedro se hundió en el mar al caminar hacia Jesús?


¿Será que cada vez que tenemos que dar un paso de fe, los fantasmas, el rugido de las olas, la fuerza invisible del viento, las trabas y problemas nos atemorizan, nos hacen perder el equilibrio, nuestra fe decae, quitándonos la bendición, llevándonos a naufragar y a hundirnos?


Los milagros suceden en la medida en que nuestra fe no tambalee: “Por tanto, no desechéis vuestra confianza, la cual tiene gran recompensa” (Hebreos 10:35). Jesús mismo tildó de “…generación incrédula” y en el caso de Pedro “Hombre de poca fe…”


En la antigüedad, cuando Dios liberó a su pueblo del cautiverio de Egipto, cubrió todas sus necesidades, abundaban los milagros y las señales. En el desierto les hizo llover maná, hizo caer trigo de los cielos, pan de nobles comieron e hizo llover desde lo alto, carne como polvo. Pero con todo esto, pecaron aún más y no dieron crédito a sus maravillas (Salmo 78).


¿Será que si en la actualidad Dios realizara milagros como los que hizo en el pasado, en general tendría el mismo resultado? ¿La gente quedaría asombrada y creería en Dios durante un corto tiempo, como ha sucedido antes? ¿Su fe sería tan superficial que desaparecería tan pronto ocurriera algo inesperado o amenazante o se acostumbrasen a la señal, como lo hizo el pueblo de Israel en el desierto que durante todo ese tiempo recibieron el maná del cielo y por lo tanto dejó de ser milagro?


¿Qué hubiese sucedido si María (madre de Jesús) desconcertada y turbada, hubiera rechazado las palabras del ángel Gabriel cuando le manifestó que ella había hallado gracia delante de Dios y que concebiría (milagrosamente por obra y gracia del Espíritu Santo) un niño y se llamaría Jesús? Fue la señal, María creyó, confió y se produjo el milagro. ¿Cuántos somos capaces de contestar como María lo hizo? “…hágase conmigo conforme a tu palabra” y creer por fe.


¿Acaso no profetizó Jesús que el que en Él creyese haría obras aun mayores que las que Él hacía porque ascendería a los cielos pues al Padre iba? (Juan 14:12)


¿Qué te impide ver los milagros? ¿Qué me impide ver los milagros?


Al clamar a Dios en oración por un milagro, rechacemos todo temor y duda. “…podemos permitir que los pájaros vuelen sobre nuestra cabeza, pero evitemos que hagan nido en ella”. (Paráfrasis de Martín Lutero). Al clamar, sepamos ante quien estamos y en quien esperamos. Esperamos en el Altísimo Creador Rey de reyes y Señor de señores.


Confiemos en el que tiene el poder sobre todo lo visible e invisible y tengamos esperanza. Los milagros suceden. Solamente debemos creer y entregarnos a Su santa voluntad.


Dios tiene la última palabra y en Él está la disposición de hacer o no señales.


Oremos y clamemos a Dios por ese milagro con fe, pues “…la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”. Hebreos 11:1


Aún en este siglo se siguen y seguirán viendo mientras sea Su voluntad. Pidamos a Dios que se concreten en nuestras vidas, aunque implique el sacrificio de esperarlos en “Su tiempo”.

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