Ese enemigo llamado “Ansiedad” (II Parte)
En la primera parte vimos que sucedió con Josué y sus líderes cuando optaron por no consultar a Dios ante lo que ellos consideraron una situación no relevante. Confiaron en ellos mismos, lo cual trajo como resultado una alianza desacertada.
Toda vez que tengamos que tomar una decisión, si acudiésemos a Dios en oración evitaríamos cometer tantos errores e incurrir en tantas equivocaciones de los que comúnmente caemos. Debemos ser guiados siempre por el Altísimo sin importar la magnitud de la situación que se presente. Dios no se molesta porque le preguntemos cosas banales como podría ser por la compra de un par de zapatos o qué deberíamos comprar en el supermercado de toda la lista que llevamos, o si deberíamos comprar un nuevo televisor. Quizás nos señale que no sea el momento adecuado o que deberíamos racionalizar nuestra compra, pues nos someteríamos a deudas difíciles de hacer frente, que no harían más que traernos dolor de cabeza, preocupación y angustia.
Un invierno, deseaba mucho un par de botas pero no era el momento preciso para comprarlas, las cosas no andaban bien económicamente para eso. Pasó el tiempo y un día de casualidad (o causalidad) pasando por la puerta de la zapatería vi que estaban haciendo rebajas interesantes. Así que entré y ahí estaba el par de botas que tanto añoré. Y para sorpresa, eran el único par que quedaba, del color que quería y de mí número. Y en ese momento, sí, las pude comprar. Dios me hizo esperar, pero esa espera significó comprarlas en el mejor momento, a un mejor precio, evitando de esa manera contraer deudas innecesarias.
A Dios no le molesta en absoluto que le consultemos cualquier cosa en todo momento. Todo lo contrario a Él le gusta que siempre lo integremos en nuestra vida y mayormente en nuestra toma de decisiones, sea cual sea la magnitud del asunto.
La oración es un material maravilloso para construir nuestra estructura espiritual, pues nosotros mismos somos edificados por la oración; prosperamos en gracia por la oración; crecemos en fe por la oración y si acudimos a Dios con peticiones en todo momento, seremos cristianos creciendo en sabiduría.
A la palabra “ansiedad” le deberíamos anteponer la palabra “oración”. Entonces aunque las preocupaciones, temores y ansiedades sean muchas, también las oraciones vendrán para traer paz y dirección.
Un corazón lleno de ansiedades nos impide juzgar rectamente en muchos asuntos; un corazón confiado traerá armonía y paz espiritual.
Aunque para lograr esa paz interior (francamente reflejada en el exterior) y aplacar la “ansiedad” implique que debamos orar en forma “repetitiva”. ¡Sí, en forma repetitiva! Si el Señor no responde la primera vez, estemos muy agradecidos por tener una buena razón para tener que orar nuevamente y seguir insistiendo.
Así sucedió con el profeta Elías que tuvo que clamar y orar hasta tres veces sobre el cuerpo inerte del hijo de la viuda de Sarepta para que Jehová Dios lo reviviese (1 de Reyes 17) o cuando oró y clamó hasta siete veces pidiendo a Dios lluvia para Israel (1 de Reyes 18:41-46) que estaba pasando por una terrible sequía, debido a que “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Pero pasado ese tiempo, Elías “…otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto” (Santiago 5:17-18).
Elías tuvo que orar hasta siete veces, pues la lluvia no apareció inmediatamente. Pero la fe de Elías no vaciló ni decayó. Continuó orando más fervientemente que antes, vez tras vez. No se amedrentó ni angustió porque la lluvia no vino la primera vez que oró. Si Elías hubiese abandonado la oración la primera o la segunda vez que no veía su oración respondida, hubiese perdido la bendición de ver llover luego de tantos años. Su persistencia y el estar alineado a la voluntad de Dios, dieron su fruto.
Continuará…