El Tesoro Escondido y La Perla de Gran Precio (II Parte)
Según leíamos en la primera parte, el hombre que descubre el tesoro escondido en un campo, lo vuelve a esconder y de alegría vende todo lo que tenía y compra aquel campo, mientras que el mercader que buscaba minuciosamente la perla elegida; cuando la halla, vende todo lo que tiene para comprarla.
Si bien resulta un poco extraño encontrar un tesoro enterrado en un campo, no era una situación fuera de lo común ni ajena para esa época y para los que estaban escuchando a Jesús, ya que solían esconder sus valores bajo tierra, tal como el hombre del talento hiciera en Mateo 25:18. Pero también había otra razón por la cual algunos escondían sus tesoros. Palestina estaba localizada entre Egipto y Mesopotamia y en el pasado esta franja constituía un corredor donde los ejércitos invasores se movilizaban con frecuencia.
Muchos de los ciudadanos de gran poder adquisitivo solían dividir su fortuna en tres partes. La primera les servía como capital para movilizarse, la segunda la convertían en joyas y otras mercancías que se pudieran llevar y transportar fácilmente. Estas eran las que tomaban cuando se avecinaba el enemigo y tenían que huir, y la última parte era enterrada y se convertía en su sustento cuando la batalla terminaba y regresaban. No obstante algunas veces no regresaban y había tesoros escondidos bajo la tierra de Palestina.
Entonces, aquí en la parábola que enseña Jesús, hay un hombre que estaba trabajando en el campo y se encuentra con un tesoro sepultado en la tierra. Inmediatamente, lo coloca de regreso en donde lo encontró y vende todo lo que él posee para poder adquirir el campo donde se encontraba ese tesoro. Lo que no se especifica en la parábola es si este hombre era el dueño o no del campo como para adueñarse del tesoro. Quizás se pueda prejuzgar mal su actitud. Sin embargo, según la ley rabínica: “… sí un hombre encuentra fruto o dinero esparcido, le pertenece al que lo encuentre”. Entonces, el hombre está dentro del permiso de la ley rabínica judía como para adueñarse.
El punto de la parábola es que aquí hay un hombre que encontró algo que tiene tanto valor que vendió todo lo que tenía para obtenerlo. Ése es el punto, este el mensaje de la parábola. Él tenía tanto gozo, estaba tan emocionado que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por tener ese tesoro.
El concepto del reino es demasiado amplio como para ser abarcado por una sola parábola, así que, Jesús contó otra. “El reino de los cielos también es semejante a un mercader…” (45). En la parábola anterior, el énfasis era en el tesoro. En esta, es en el hombre. El hombre estaba buscando buenas perlas (46).
En la primera parábola, el hombre tropezó con el tesoro. No lo estaba buscando; estaba simplemente haciendo su trabajo y accidentalmente lo encontró. En la segunda parábola, el hombre estaba buscando.
Este mercader era un hombre que andaba comprando y vendiendo perlas. Las perlas, en esa época era el equivalente a los diamantes de hoy y la gema de mayor valor disponible en el mundo. Tenían un valor increíble. Si uno tenía perlas, era poseedor de una fortuna, era poseedor de una piedra preciosa.
Y no en vano tenían tanto valor, ya que era mucho el esfuerzo por conseguirlas, como el tiempo que llevaban en formarse dentro del molusco. “Si un cuerpo extraño (podría llegar a ser un granito de arena) penetra en la ostra, se producirá una abundante secreción de sustancia nacarada, dentro de la cual quedará encerrado el huésped inoportuno. El proceso de recubrimiento de nácar continúa hasta que una perla es formada. Se cree que una perla tarda en hacerse de 8 a 10 años”.
Una vez se descubría una perla perfecta y bella, literalmente valía un precio inestimable. Tenía tanto valor que el Talmud (Libro que contiene la recopilación de la tradición oral judía acerca de la religión y las leyes) dice “las perlas van más allá de cualquier precio.” Los egipcios, de hecho, adoraban la perla y esto se mostró en la vida romana. Tenían tanto valor que cuando las mujeres querían mostrar su riqueza, según 1 Timoteo 2:9, colocaban perlas en su cabeza. Inclusive, en el libro de Apocalipsis, cuando Dios comienza a describir el cielo venidero, usa perlas para describir su belleza “Las doce puertas eran doce perlas; cada una de las puertas era de una sola perla…” (Apocalipsis 21:21)
Continuará…