El Poder del Perdón - (I Parte)
Desde hace años proliferan la películas de superhéroes donde los personajes tienen peculiares superpoderes (El hombre araña, Superman, Los 4 fantásticos, X- Men, etc.). Pareciera que hay una atracción especial por los que tienen esos poderes. ¿Pero cuántos se habrán dado cuenta que lejos de toda ficción, el ser humano cuenta con un arma poderosísima (innata y gratuita) que se llama “perdón”? Cada uno de nosotros somos portadores de un poder sanador que es el perdón. Sin embargo poco se utiliza ese recurso.
Hay situaciones en las que debemos perdonar y en otras sentimos la necesidad de ser perdonados. Las dos van de la mano, son intrínsecas. En algunos casos la única salida para enmendar una herida inferida a otra persona es a través del perdón. Cuando reconocemos que debemos pedir perdón entonces nace desde el corazón esa actitud perdonadora.
Pero existe otra visión totalmente opuesta que es la que produce que nos vayamos endureciendo y encerrando, cuando nos negamos a ello. Nos mantenemos en la negativa de manera firme. No queremos perdonar, ni ceder, ni querer bajar un escalón esperando que el otro venga “al pié”. Esta actitud tiene nombre y apellido y se llama: orgullo, amor propio y resentimiento.
El perdón siempre tiene un costo para alguien, no es una acción gratuita. Cuando Cristo murió por nuestros pecados no nos exigió un pago a cambio, sino que fue por gracia para la humanidad, sin embargo no fue gratuito para Dios que entregó la vida de su Hijo (Efesios 1:7).
Al perdonar, nos quitamos un gran peso de encima y es un bálsamo y reivindicación para el alma del que es perdonado. Es posible que tengamos que combatir con nuestros sentimientos y emociones y lidiar con la bronca, el resentimiento y la ira acumulada. Pero tales sentimientos no justifican que tengamos que pedir o exigir al otro que tenga que rendirme cuentas. Si así fuese entonces no estaríamos entendiendo bien el acto de perdonar. Debemos evitar tener un carácter acusatorio de otra manera no estaríamos perdonando de verdad.
La persona que no procesa el perdón, el que se niega perdonar vive con esa sensación martillándole y dándole vueltas en la cabeza trayéndoselo a la luz toda oportunidad que fuese posible. La persona se entristece, se deprime, vive atada al pasado y es probable que enferme. Y sí enferma es porque la herida que recibió fue de tal magnitud que lo coloca a la defensiva, se encierra en sí mismo y levanta una muralla a su alrededor. Cuando me operaron de la rodilla y veía que algo o alguien podía llegar a acercarse o rozar mi rodilla, automáticamente me cubría con mis manos pues pensaba que podían llegar a golpearme y hacerme daño aunque fuese sin quererlo. Mantenía alta la guardia y estaba a la defensiva. Ya había pasado por dolor y no quería volver a sentirlo.
Pero ¿de qué manera ocurre el perdón? Continuará en la (II Parte)