El Poder del Perdón - (II Parte)
¿De qué manera ocurre el perdón? Eso depende de cada persona, de cada caso y del grado de la ofensa. Hay ofensas menores, más sencillas, en cambio otras son mayores que se convierten en todo un proceso en el que a veces uno tiene el deseo de perdonar, pero vive en continua lucha porque no puede deshacerse de ese recuerdo, de esa vivencia que tanto dolor produjo.
Entonces necesito entender que el perdón es como un evento y un proceso.
Un evento, porque yo tomo una decisión en un momento dado, pero un proceso porque voy a tener que lidiar con esto hasta lograrlo. Es un ejercicio donde quizás yo tenga que repetirme y delante de Dios: “hoy yo decido perdonar a esta persona” y mañana y pasado tener que decir lo mismo hasta que se convierta en una realidad en mi vida. De otra manera esa “mochila” cargada con bronca, rencor y tristeza se va a ir llenando más y más con resentimiento al punto de perder o confundir el verdadero foco de lo que fue la situación.
Dios observa nuestra actitud perdonadora. Cuando Dios ve que no tengo esa disposición para perdonar y llegado el momento me encuentre necesitada de su perdón, lo más probable que me diga será: “pues yo quisiera perdonarte, pero ve y resuelve tu problema con tu hermano y luego hablaremos tú y Yo del perdón que tu quieres que yo te otorgue”. Mis relaciones horizontales con el otro afectan verticalmente mi relación con Dios. Mi falta de perdón a nivel relacional con el otro, afecta mi vida espiritual con Dios. “Porque si perdonáis a los hombres sus transgresiones, también vuestro Padre celestial os perdonará a vosotros. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras transgresiones”. (Mateo 6:14-15)
¿Influye el carácter del que perdona? Sí, a la hora de perdonar influye el carácter de la persona. El colérico tiene mucha dificultad en pedir perdón, en cambio el sanguíneo por naturaleza tiende a olvidarse mucho más rápidamente y a seguir caminando y puede pasar por alto la acción o perdonarla mucho más rápido. De todas maneras ninguno de los dos casos tiene excusa para tomar el perdón a la ligera, hay que considerarlo algo serio y hacerlo mediante la gracia de Dios. El creyente todo lo puede en Cristo (Filipenses 4:13). Pero lo que hay que evitar, es que las heridas se vayan acumulando, porque uno se va encerrando más en uno mismo y se va endureciendo. El rencor aumenta y día que pasa se va haciendo más difícil perdonar, a la vez que se va perdiendo la magnitud y se va desdibujando la falta.
Es importante a la hora de perdonar identificar la ofensa y darle su verdadera dimensión y no engañarse minimizándola o magnificándola. Por ejemplo si un esposo insulta o pega a su esposa, pero la esposa minimiza la acción aludiendo a que ese día estaba nervioso o molesto por tal o cual razón, es imposible seguir adelante con el proceso de perdonar.
Si la ofensa a la dignidad propia que ha sido grande y significativa no se le da el tamaño y connotación que corresponde, si no se la mira con los ojos de la realidad, el asunto volverá a fluir en algún momento dado. Hay que ser consciente y “tomar el toro por las astas” a la hora de perdonar, se debe ser veraz, es la única manera de que sobrevenga una sanidad total por la ofensa. Y al decir sanidad queremos significar que aunque no la podamos olvidar, no deberíamos sacarla a luz en momentos inoportunos, no reprochar.
¿Cuál es el mejor momento para perdonar? Continuará en la (III Parte)