¿Estás pasando por el valle de sombra de muerte?
Las experiencias en el valle son aquellas en las que el dolor es tan grande, o el problema tan difícil, que nos resulta imposible soportarlo. De la misma manera que una inmensa ola cada vez que rompe sobre el acantilado lo va horadando de a poco, las problemáticas de la vida van aplastándonos de a poco.
Pero si nos detenemos a pensarlo bien, en muchos casos somos nosotros los responsables de algunas de esas situaciones. Cuando no prestamos atención a la advertencia de nuestra conciencia y desobedecemos a Dios, lo más probable es que terminemos en una situación dolorosa y complicada. Al decidir hacer “la nuestra” hemos debilitado y enfriado nuestra relación con Dios “Si decimos que tenemos comunión con Él, pero andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad…” (1 Juan 1:6).
Otras veces, son las acciones de otros las que nos producen sufrimiento: quizás un despido inesperado del trabajo, una infidelidad conyugal o la traición de un ser querido. Pero también hay ocasiones en las que nuestro Padre Celestial permite pasemos por el valle “de pruebas” ya que hay un propósito que solo Él lo conoce.
El pasaje de hoy utiliza cuatro palabras para referirse a ese tiempo: sombras, muerte, temor y mal. Estas palabras evocan imágenes de circunstancias abrumadoras, aflicción intensa, turbación profunda y gran adversidad. No hay manera de aligerar la prueba que está marcada por la fatiga emocional o física. Tanto la intensidad como la duración de la prueba son determinadas por la voluntad del Señor, pero Él va a nuestro lado y nos protege en medio de ella. “Aunque pase por el valle de sombra de muerte no temeré mal alguno, porque tú estás conmigo; tu vara y tu cayado me infunden aliento”. (Salmo 23:4)
Dios promete que Él utilizará todo valle, aun aquellos hechos por nosotros, para bendecirnos “Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito” (Romanos 8:28).
Nuestra parte es andar con firmeza, con la mirada firme en Él, el espíritu en armonía con su presencia, y la mente confiada en sus promesas.