"A Solas con Dios"
En otras oportunidades hemos mencionado la necesidad y la bendición de orar en cualquier momento sin importar donde nos encontremos. Así sea en un bus, yendo a trabajar, desayunando, en un consultorio médico, caminando o en el gimnasio. Sin embargo hay un tiempo de encuentro especial donde nos dedicamos a la oración íntima lejos de todo bullicio y distracción.
Es esa oración donde sentimos la necesidad de estar a “solas con Dios”. Me refiero a ese “rinconcito especial de oración”. Es ese espacio donde mantenemos un profundo encuentro con el Altísimo. A solas, Él y yo, donde abrimos nuestro corazón a Dios y le confiamos nuestros más profundos anhelos y proyectos, nuestros temores y angustias, nuestra soledad; sin temor a reproche, castigo o ser incomprendidos. Dios es un Padre bueno que entiende nuestra naturaleza caída, nos guía y reconforta para ir moldeándonos a la imagen de Jesucristo. ¿Qué desafío, no?
Jesús reconocía muy bien y valoraba el tiempo de oración en soledad. No hacía nada por iniciativa propia, sino que vivía en dependencia total con el Padre, actuando de acuerdo a las instrucciones que el Padre le comunicaba. En el pasaje de Marcos 1:35-39 no sabemos exactamente cuáles fueron los motivos por los cuales Jesús oró, pero cuando los discípulos interrumpieron su tiempo de oración matinal, era obvio que había recibido la dirección de su Padre para ese día: “ir a los lugares vecinos” para predicar.
Jesús fue el ejemplo perfecto de una vida guiada por el Espíritu, y la oración jugaba un papel vital. Puesto que hemos de seguir su ejemplo, ¿acaso no es importante que busquemos un lugar apartado, un "rinconcito" en donde podamos estar en intimidad con Dios sin que seamos molestados o interrumpidos y entregarle en oración todas nuestras cargas, dudas, ansiedades, preocupaciones, sueños e interceder por otras personas? ¿O que acudamos a agradecer todas sus bondades o por el regalo de la vida o por el privilegio incalculable de haber sido elegidos? (Juan 15:16).
Aunque muchas cosas exigen nuestro tiempo y atención, no podemos permitirnos descuidar la oración. El fruto de no orar es la debilidad espiritual, necesidades no satisfechas, ansiedad e ingratitud. Pero si hacemos de la oración una prioridad, tendremos un fundamento firme para enfrentar todo lo que se nos presente. El Espíritu Santo nos guiará siempre en oración aunque nos falten las palabras.
Que la oración sea nuestra rutina diaria, pero no por obligación, sino por amor al Padre que siempre está presente y dispuesto a escucharnos y a indicarnos el mejor y más apropiado camino a seguir.
¡¡ A Él sea siempre el honor, la gloria y la alabanza!!