Compartir el Evangelio no es nada fácil.
¿Cómo puedo evangelizar a mis amigos, conocidos y familiares sin ofenderlos o alejarlos? Como cristianos, es muy probable que conozcamos a alguien en nuestra familia, o a un amigo, o compañero de trabajo o conocido que no es cristiano. Compartir el Evangelio con otros no es tarea fácil. Comunicar el Evangelio se vuelve aún más difícil cuando queremos involucrar a alguien cercano y quizás por temor al rechazo, la crítica o por ser ridiculizados abandonemos la “comisión”.
En Lucas 12:51-53 las extrañas y confusas palabras que Jesús reveló, muchas veces acarrean conflicto. Él demanda respuesta, de modo que grupos íntimos quizás se disuelvan o separen. Algunos decidirán escucharnos, otros muchos se ofenderán y tomarán otros caminos o prefieran no prestarnos atención cerrándose a la verdad de las Escrituras o quizás nos consideren “trastornados” (2 Corintios 5:13).
Pero es conveniente tener en claro de que con Jesús no hay términos medios (Apocalipsis 3:16). La lealtad debe declararse: “Porque no me avergüenzo del evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree…” (Romanos 1:16) aunque algunas veces implique que las relaciones se vean afectadas. Se nos ha ordenado compartir el Evangelio y no hay excusa para no hacerlo (Mateo 28:19-20; Hechos 1:8; 1 Pedro 3:15). Así que, ¿cómo podemos evangelizar a nuestros familiares, amigos, compañeros de trabajo o conocidos?
Dios nos ha dado una llave que abre esa puerta y esa es, la oración. Orar por cada uno de los que no conocen a Dios. Orar para que Dios cambie sus corazones y abra sus ojos a la verdad del Evangelio (2 Corintios 4:4). Orar para que Dios los convenza de Su amor por ellos y su necesidad de salvación a través de Jesucristo (Juan 3:16). Orar por sabiduría para poder ministrarles (Santiago 1:5).
Además de orar, también se necesita vivir la vida de buen cristiano ante a ellos, ser buen testimonio y testigo de Aquel que dio su vida para salvación de muchos. Es necesario que puedan ver el cambio que Dios ha hecho (e irá haciendo) en nuestra propia vida (1 Pedro 3:1-2). Como dijo una vez Francisco de Asís, “Predica el Evangelio todo el tiempo y cuando sea necesario, usa las palabras.” Después de todo esto, debemos estar gozosos y dispuestos a compartir el Evangelio, proclamar el mensaje de salvación a través de Jesucristo, a nuestros amigos y familiares (Romanos 10:9-10). Estar siempre preparado para hablar de nuestra fe (1 Pedro 3:15) recordando siempre hacerlo con respeto y gentileza.
Por último, debemos dejar la salvación de nuestros seres queridos en manos de Dios. Es el poder y la gracia de Dios la que salva a la gente, no nuestros esfuerzos (1Corintios 3:6).
¿Tenemos duda, temor o vergüenza de cómo presentar al Señor de señores y Rey de reyes; al Señor Jesucristo? ¡Oremos! oremos para que Dios nos de sabiduría para presentar el Evangelio a los que aún no lo conocen y vivamos una vida cristiana frente a ellos; y el amor de Cristo que sobrepasa todo entendimiento (Efesios 3:19) ¡Obrará!