Pobre en espíritu - (I Parte)
¿Qué significa ser pobre en espíritu?
Jesús, en “el Sermón del Monte” (Mateo 5) comienza con palabras aparentemente contradictorias: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. Es la primera Bienaventuranza y la clave para todo lo que sigue.
Confieso haber leído varias veces este pasaje antes de entender su significado. Cómo era posible que los pobres en espíritu fuesen a su vez “bienaventurados y herederos” del reino de los cielos. ¿Qué paradoja, no?
Sin embargo, Jesús así lo afirma en su palabra.
Entonces, que quiso significar Jesús con ser “pobre en espíritu”.
Somos cuerpo, alma y espíritu.
Dios nos ha creado como seres tripartitos: cuerpo, alma y espíritu: “Y que el mismo Dios de paz os santifique por completo; y que todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea preservado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (I Tesalonicenses 5:23).
A través del cuerpo mantenemos contacto con el mundo físico. Es nuestra parte orgánica que nos pone en contacto con el mundo que nos rodea, gracias a los cinco sentidos que nos ha dado el Creador.
El alma es donde anidan las emociones. En Mateo 22:37 se menciona de la siguiente manera “Amaras al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente”. Y en Mateo 26:37-38 Jesús se refiere a su acongojada alma: “Y tomando consigo a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, comenzó a entristecerse y a angustiarse. Entonces les dijo: Mi alma está muy afligida, hasta el punto de la muerte; quedaos aquí y velad conmigo”.
El alma es el lugar donde están asentados nuestros sentimientos, tanto buenos como malos. Con ellos amamos y odiamos, nos entristecemos o alegramos. Son los que nos provocan risa o llanto.
Y la tercera parte de nuestro ser es el espíritu. Dios lo ha creado para que podamos comunicarnos con Él. Para que mantengamos un trato personal con Él. Sin embargo, el espíritu es el aspecto más descuidado, el menos comprendido y valorado dentro de la naturaleza del ser humano.
Entonces, ¿qué es ser pobres en espíritu?
Pobre en espíritu, es reconocer nuestra fragilidad y debilidad ante Dios y sentir la necesidad de Él en todo aspecto. Es comprender que no somos nada (Lucas 17:10), que “Aun nuestras mejores obras son como un trapo sucio…y que todos nos marchitamos como una hoja, y nuestras iniquidades, como el viento, nos arrastran.” (Isaías 64:6; TLA/LBLA). Y que necesitamos elevar nuestros ojos al cielo en busca de Dios en sumisión absoluta y en dependencia completa. Dependemos de su gracia y misericordia.
Ser “pobre en espíritu” es tener ese temor santo y reverente ante un Dios tres veces Santo. Todo lo contrario, es un espíritu arrogante.
Continuara en la (II Parte) – “La pobreza de espíritu manifiesta en el Antiguo Testamento”