El Ayuno Como Disciplina Espiritual
El ayuno ha sido practicado desde tiempos antiguos. Ejemplo de ellos hay en las Escrituras. Sin embargo cuando escuchamos hablar del ayuno creemos que es una práctica obsoleta y que Dios la requería solamente en el Antiguo y Nuevo Testamento y que hoy en día ya no es necesario.
En Jonás 3:4 se relata cómo la ciudad de Nínive reaccionó ante el mensaje avasallante del profeta que proclamaba de parte de Dios: “Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada”.
Todos los habitantes escucharon y “proclamaron ayuno…desde el mayor hasta el menor de ellos” (Jonás 3: 5), hasta el mismo rey declaró “Ni hombre ni bestia, ni buey ni oveja prueben cosa alguna; no pasten ni beban agua…” (Jonás 3:7). La nación entera ayunó y cuando vio Dios su humillación; les respondió.
Cuando Jesús fue llevado al desierto por cuarenta días y con sus noches para ser tentado por Satanás, el ayuno fue su escudo para fortalecerse y escuchar la voz y dirección de su Padre Celestial. (Mateo 4:1-11).
El ayuno no implica solamente privarse de consumir alimentos sino que podamos abstenernos de ciertas actividades o entretenimientos como puede ser un programa favorito de televisión, dejar de estar pendiente del celular por un lapso de tiempo, pasar horas hablando de nuestros problemas personales con alguien, etc. para en ese tiempo, buscar a Dios en oración, leer las Escrituras o cantar alabanzas, haciéndolo siempre de corazón.
El ayuno no debe ser “un espectáculo”. Es una decisión personal entre ÉL y yo. No deberíamos tomarlo como un ritual o por tradición, sino con verdadero arrepentimiento y obediencia. El ayuno y la oración no son valederos si no estamos siendo fieles a los mandamientos de Dios (Isaías 58:3-9).
No es una prueba de espiritualidad. Cuánto tiempo y con qué frecuencia ayunamos raramente debería ser mencionado a alguien. Nadie debería notar que uno está ayunando “Y cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas; porque ellos desfiguran sus rostros para mostrar a los hombres que están ayunando. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa. Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu rostro, para no hacer ver a los hombres que ayunas, sino a tu Padre que está en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. (Mateo 6:16-18)
Cuando nos privamos de ciertas actividades, costumbres o alimentos suceden varias cosas.
Primero, el Espíritu Santo nos ayuda a dejar de lado los asuntos terrenales. Las relaciones, el trabajo y el placer ocupan un lugar secundario al concentrarnos en Dios y sus propósitos.
Segundo, nuestra atención se desplaza de nosotros al Señor. Nuestra manera de pensar se vuelve más clara, y nuestra capacidad para entender los planes de Dios se agudiza, porque no estamos distraídos en otras cosas.
Tercero, el Señor nos limpia espiritualmente. Su Espíritu nos convence de alguna actitud o conducta que no está conforme a Su corazón.
El ayuno como disciplina espiritual nos ayudará a centrar nuestra atención en el Señor aguardando su intervención para que nos dé a conocer sus planes, ideas, pensamientos y estrategias a seguir.