¿Cómo es tu medida de fe?
Cuando los apóstoles de Jesús le pidieron que los ayudase a confiar más en el poder de Dios, Jesús les respondió: Si la confianza de ustedes fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a este árbol: “Levántate de aquí y plántate en el mar”, y el árbol les obedecería. (Lucas 17:5-6)
Por la falta de fe sobreviene el temor y la incertidumbre privándonos de la paz que el Padre celestial desea darnos (Juan 14:27). A cambio, como creyentes, nuestro pensamiento debería ser: ¿Qué podemos temer cuando confiamos en Él? Aunque muchos piensen que ese es un muy buen trillado “slogan”, algunas veces los creyentes experimentamos momentos de incertidumbre, temor, indecisión, vacilación e inseguridad. Esa fe enclenque no se ajusta a lo que deberíamos ser en Cristo Jesús.
Al poner nuestra fe en Él aunque más no sea como un pequeño grano de mostaza, esa fe genuina en Dios, se enraizará y crecerá. El grano de mostaza es una de las semillas más pequeñas, apenas visible al principio, pero que empezará a esparcirse, primero bajo tierra y luego de manera visible irá creciendo haciéndose más grande hasta crecer unos tres o cuatro metros de altura. Echa grandes ramas de manera que las aves del cielo pueden anidar bajo su sombra. El reino de Dios también comienza con pequeños fenómenos.
Confiar en Dios implica entregarle nuestras cargas, confiando que se ocupará de nuestras necesidades en su momento y a su manera (Mateo 11:28-30). Cuando no lo hacemos por falta de fe y confianza, el temor y la duda pueden afianzarse en nuestro pensamiento y convertirse en una muralla que irá creciendo a medida que pase el tiempo. Esa carencia de fe o fe debilitada, será el momento propicio que usaran las fuerzas de la oscuridad para infundirnos todo tipo de temor, aprensión y duda en cuanto a la efectividad y cumplimiento de la palabra de Dios. Tal cual sucedió en el Jardín del Edén (Génesis 3:1-5).
Él es el Alfa y la Omega, el primero y el último (Apocalipsis 1:11), que ve el comienzo y el final de nuestra vida y cada situación que enfrentamos. Él conoce nuestras necesidades, el origen de nuestra ansiedad, aquieta nuestros corazones y transforma el llanto en alegría. Él hará todo esto sin apartarse de nuestro lado, porque nos ama profundamente y desea bendecirnos en abundancia. Solamente se necesita una fuerte convicción en sus promesas, una fe tan pequeña como un grano de mostaza y un ejercitarnos y tomarnos de su Palabra, ya que “…la fe viene del oír, y el oír, por la palabra de Cristo”. (Romanos 10:17).