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¿Cómo ves tú el vaso, medio lleno o medio vacío?



¿Qué sentimos cuando la adversidad llega a nuestra vida? Para la mayoría es una carga pesada que se presenta sin previo aviso. Nos agota, nos preocupa, nos quita la alegría, nos desgasta e impide vivir un tiempo con plenitud.


Sin embargo, los cristianos tenemos la oportunidad de ver la adversidad con otros ojos. La vemos como una puerta a otra dimensión, como un puente que es necesario cruzar, como un camino que conduce a un mejor lugar.


Todo depende desde que perspectiva la veamos y qué actitud tomemos ante ella. Si nos centramos en los problemas, los temores, la duda y la incertidumbre (parte vacía del vaso) estaremos focalizándonos únicamente en el aspecto negativo y perderemos la esperanza. Pero si lo vemos como una posibilidad para alcanzar algo mejor (parte llena del vaso) lo estaremos viendo con ojos de una perspectiva eterna, con los ojos de la fe y nuestros pensamientos y actitudes se transformarán y redundaran en nuestro beneficio.


En vez de permitir que las dificultades nos agoten y nos depriman, mantendremos la esperanza. Al responder con sometimiento a lo que Dios permite y a la confianza en sus buenos propósitos, nuestro carácter se vuelve más cristocéntrico y nuestra esperanza es restaurada.


Ese sentimiento que suele abrumarnos de que nuestra adversidad es interminable será reemplazado con nuevas fuerzas pues “…los que esperan en el Señor renovarán sus fuerzas; se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán”. (Isaías 40:31).


En vez de ver la adversidad como el “Pac-Man” que nos persigue y come la alegría; el que se pone en nuestro camino impidiendo que le demos un sentido a la vida como un obstáculo que nos entorpece el libre caminar, debemos mirarla como Pablo quien se vio atribulado, perplejo, perseguido, derribado y amenazado de muerte, pero llamó a todo eso una “…aflicción leve y pasajera (que) producen una gloria eterna que vale muchísimo más que todo sufrimiento”. (2 Corintios 4:17).


Visualizar los problemas a través del lente eterno es un acto de fe que agrada a Dios. Aumenta nuestra confianza en Él, nos da más pasión por nuestra herencia celestial y nos fortalece para cruzar en victoria el puente de la adversidad.


Miremos la adversidad como un vaso lleno de posibilidades y no miremos la parte vacía colmada de dificultades ya que no van a durar para siempre. Pero gracias a ellas, Dios las irá transformando en victoria que durará para siempre y en una gloria grande y maravillosa (2 Corintios 3:18).


Del Potro (tenista argentino) tuvo que someterse a varias intervenciones quirúrgicas en su muñeca izquierda, debido a una dolencia y producto de sus constantes dolores que le impedían jugar. No le resultaba fácil tener que tomar una y otra vez la decisión de ingresar al quirófano. Y toda vez que lo hacía, resultaba en incertidumbre de saber cómo iba a salir y que pasaría con su futuro como tenista. Pasó meses sin poder jugar, llegando a pensar que estaba cerca su hora de tener que colgar la raqueta. Según él, pasaba “semanas y meses complicados, con días tristes, con días negros, con poca luz en el camino. Le frustraba estar en su casa y hasta dejó de ver tenis por televisión porque era algo triste para él”. Sin embargo, se enfocó siempre en mirar la parte llena del vaso (lo que él podía llegar hacer y lograr con sacrificio) y luchó por lo que más quería, que era jugar al tenis.


Él podría haberse enfocado en su dolor, en su temor y dudas, pero prefirió mirar siempre la parte llena del vaso. Luchó mental, física y psicológicamente para no rendirse y seguir avanzando. Se focalizó en la meta final y apostó al resultado (Filipenses 3:13-14). Él no se quedó, no se abandonó. Si él se hubiese detenido en mirar la parte vacía del vaso no hubiese conquistado por primera vez en la historia, la Copa Davis para Argentina como lo hizo en noviembre de 2016. Un triunfo personal para él y para el país.


¿Cómo prefieres ver tú el vaso? ¿La parte vacía o la llena? ¡De ti depende!

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