Un camino agotador
El tiempo había sido inflexible. Nevó toda la noche y el camino se presentaba prácticamente intransitable. Pero no había elección, no existía ruta alternativa. No quedaba más remedio que seguir manejando por ese camino hasta llegar a destino. A las 9:00 de la mañana debía asistir a una entrevista sumamente importante. No podía faltar. Era imprescindible que llegase a pesar de los avatares del camino.
Durante varias horas estuve manejando y me sentía extenuado. Aún faltaba un largo trecho por delante y debía esforzarme más y más a medida que avanzaban los minutos. El cansancio me estaba superando. Debía extremar los recaudos para no quedarme dormido.
En partes, la carretera se tornaba más sinuosa y resbaladiza y cada curva implicaba un reto a mis pocas fuerzas y vista sumamente cansada. Me sentía exhausto. El agotamiento estaba haciendo mella en mí y el frío exterior comenzaba a sentirse dentro del auto. Cada kilómetro que rodaba, parecía no avanzar, era como si estuviese anclado en el mismo lugar.
De repente a lo lejos vislumbré algo que parecía ser la silueta de una persona apeada al costado del camino. A medida que iba avanzando pude distinguir a un hombre con una maleta haciendo señales para que lo lleven.
Aminoré la marcha y ya sobre el costado del camino le pregunté hacia donde se dirigía. ¡Oh casualidad! Nos dirigíamos al mismo pueblo. Ubiqué su maleta en el baúl y lo invité a subir al asiento del acompañante (ya que viajaba solo) y juntos continuamos el azaroso viaje.
De a ratos mi acompañante me conversaba para mantenerme despierto. Seguí manejando intentando no derrapar en cada curva o quedar atascado en la nieve. Mi idea era seguir manteniendo el control del automóvil, de la ruta, de mi vida, mis acciones y hasta de mi pasajero.
Observando mi cansancio, mi acompañante ofreció relevarme y conducir para que pudiese descansar un rato. Le agradecí pero no acepté. Seguía confiando en mis fuerzas (aunque fuesen pocas). ¡Yo debía mantener el control!
Luego de un largo tiempo que pareció toda una vida, llegamos gracias a Dios, sanos y salvos a destino, aunque extenuado de mi parte. El camino recorrido comió todas mis energías. Quizás tendría que haber aceptado la oferta de mi acompañante.
¿Cuántas veces nos sentimos como el conductor del cuento teniendo que transitar un camino con dificultades, contratiempos, dudas y circunstancias que nos superan? El cansancio nos abate, pero a pesar de ello somos incapaces de pedir a Dios auxilio. No nos animamos a delegar en Él nuestra vida. Nos sentimos con la capacidad suficiente para salir adelante por cuenta propia. Otras veces, en cambio, pensamos que Dios no se va a “molestar” por nuestros problemas o complicaciones menores.
En la mayoría de los casos por nuestras propias fuerzas, carecemos de los recursos y habilidades para enfrentar diferentes retos de la vida, sin embargo Jesús nos brinda no solo el descanso físico sino el espiritual también “Porque yo he de satisfacer al alma cansada y he de saciar a toda alma atribulada”. (Jeremías 31:25).
¿Cómo es ahora tu camino? ¿Cuál es en este momento tu carga? ¿Problemas económicos, de salud, familiares, angustias, celos, adicciones, amarguras? Sea cual fuese, colócale un nombre a esa carga que te tiene intranquilo/a y preocupado/a. Identifícala, reconoce cuál es. ¡Sincérate contigo!
Como hijos de Dios, gracias a la oración podemos ir ante la presencia del Padre y rogarle que quite lo que atormenta nuestra alma o acompañe a pasar el trance.
Debemos aprender a descansar en el Señor. Él ha prometido sostenernos y llevar nuestras cargas. Él nunca permitirá que caiga el justo. (Salmo 55:22).
Entrégate, anímate a delegar en Jesús. Aprende a soltar y a dejar que Dios se encargue del asunto. Confíate en sus manos, ubícate en el lugar del acompañante y deja que sea Jesús el que dirija tu vida mientras pones tu esperanza y confianza solamente en Él.
Pide al Señor que te permita experimentar su presencia en medio de las dificultades. Él te dará las fuerzas para soportar, avanzar y ver con claridad el camino en medio de la tormenta.
Al llegar al final del camino, verás que no fue una tarea tan difícil, ni pesada, ni tan dolorosa, ni tan complicada como tú pensabas. ¡Cristo lo hace todo posible!