Cuando la fatalidad toca a tu puerta - (II Parte)
“Ideas erróneas sobre el sufrimiento”
“Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo: tiempo de nacer, y tiempo de morir… tiempo de llorar, y tiempo de reír…”
Cuando “la fatalidad toca a nuestra puerta” nuestro ser físico, emocional, mental y espiritual se resiente, se conmueve. Ninguna medicina, ni distracción, ni confort, ni palabras son capaces de mitigar la angustia de un corazón herido. Cada adiós provoca un sentir diferente en cada individuo. Algunos demuestran la pérdida más intensamente que otros y a su vez el tiempo de recuperación varía para cada persona.
Cuando “la fatalidad toca a nuestra puerta” los reproches suelen aparecer. Sentimos la necesidad de culpar a alguien. Nos cuestionamos: ¿Por qué a mí? ¿Qué he hecho para merecer esto? ¿Es qué Dios está indignado conmigo, es un castigo del cielo? ¿Es una prueba que debo soportar para ver si realmente tengo fe y ver cuánto amo y confío en Dios? ¿Es por causa de un pecado oculto que aún no he confesado?
Traigamos un poco de luz sobre el tema:
El libro de Job es un libro que relata la vida de un hombre quien después de perder en un instante todas sus posesiones, sufrió la muerte de sus diez hijos a causa de un vendaval. Al poco tiempo contrajo una repugnante enfermedad que lo debilitó totalmente (Job 1:13-19; 2:7, 8). Su trágica situación lo llevó a clamar: “…la mano de Dios me ha herido”. (Job 19:21).
Por lo visto, tal como muchas personas de hoy, Job creía que sus desgracias eran un castigo divino. Sin embargo la Biblia señala que antes de que le pasara todo esto a Job, Dios ya lo consideraba como un hombre sin igual sobre la tierra, “…un hombre intachable y recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. (Job 1:8). Así pues, estas palabras demuestran que lo que le sucedió a Job no fue un castigo de Dios.
Timoteo un cristiano fiel, según narra el Nuevo Testamento, padeció “frecuentes casos de enfermedad” (1 Timoteo 5:23), el apóstol Pablo padecía un aguijón en la carne que nadie puede decir con seguridad que es lo que era, pero probablemente fuese una afección física (2 Corintios 12:7) y “tres veces fue golpeado con varas, una apedreado, tres veces naufragó, y paso una noche y un día en lo profundo”. (2 Corintios 11:25). Pero el apóstol nunca echó la culpa a Dios por sus dolencias sino que en (2 Corintios 12:7) deja en claro que su aguijón en la carne fue causada por “…un mensajero de Satanás…”
Dietrich Bonhoeffer, teólogo, pastor, mártir y espía, un fiel y abnegado siervo de Dios actuó contra el genocidio del Tercer Reich. Fue capturado y enviado a distintos campos de concentración. El 9 de abril de 1945 en Flossenbürg a la mañana muy temprano fue ejecutado en la horca. Solamente dos semanas más tarde los aliados entraron liberando Flossenbürg y siete días más tarde Hitler se suicidó y la guerra terminó.
De lo anterior se desprende que las situaciones trágicas no tienen por qué hacernos pensar que Dios se venga o envía dolor a propósito. “Lejos esté de Dios la iniquidad, y del Todopoderoso la maldad”. (Job 34:10).
Entonces, si Dios no es el causante del sufrimiento, ¿quién lo es?
No debemos olvidar que estamos viviendo en un mundo al revés, en un mundo caído, en pecado y aunque “Sabemos que somos de Dios… todo el mundo yace bajo el poder del maligno” (1 Juan 5:19). El hombre y la mujer en el Jardín del Edén tuvieron oportunidad de elegir el camino a seguir. Y así fue como tomaron una decisión equivocada fuera de la voluntad de Dios. Su destino cambió: “…el día que de él comas, ciertamente morirás”. (Génesis 2:17) haciéndose extensivo para el resto de la humanidad que vendría a posteriori “…el pecado entró en el mundo por un hombre, y la muerte por el pecado, así también la muerte se extendió a todos los hombres, porque todos pecaron…” (Romanos 5:12).
Dios no provoca la muerte (aunque por ser Dios tiene el potestad de hacerlo) “Yo hago morir y hago vivir” (Deuteronomio 32:39). Dios no es el culpable de las guerras, los crímenes, las enfermedades, la muerte, la opresión ni las catástrofes naturales que tanto dolor nos producen. Dios no es el causal de que un ser amado en algún momento tenga que partir.
Vivimos en tiempo de gracia (perdón inmerecido de los pecados pasados y misericordia tras un arrepentimiento genuino). Como cristianos entendemos que nuestra salvación es una dádiva y vivimos una vida de santificación (apartados del mal) y debemos continuar viviendo una vida de obediencia (Juan 14:15) y perseverancia.
Solamente que en este mundo en donde vivimos “…nuestra lucha…es contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales”. (Efesios 6:12) y las enfermedades, el dolor y la muerte suceden.
Continuará en la (III Parte) – “Superando los adioses”