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¡Ese corrosivo vacío interior! (I Parte)




“Grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. Átalas a tus manos como un signo; llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades”. Deuteronomio 6: 6-9


Llama la atención ver como desde temprana edad van apareciendo casos de depresión. La depresión en menores era desconocida en tiempos pasados, pero ahora aparece instalada en la escena moderna. Aunque siempre se entendió que la depresión sobrevendría a medida que entramos en años, en la actualidad un incremento considerable y hasta diría alarmante se está dando entre los jóvenes.


Existen pruebas que sugieren que la predisposición a la depresión cualquiera sea su causa, se está volviendo cada vez más difundida entre los jóvenes y su manifestación más relevante no es ya la tristeza, sino un desinterés paralizante, desaliento y sentimiento de autocompasión, agregado a una abrumadora desesperanza a una muy temprana edad.


La vida ha dejado de tener valor para ellos. Ya nada interesa, los alienta o motiva, de ahí se desprende ese sentimiento de que nada los ata a esta tierra. Todo les da igual. Sea cual fuere el motivo, la depresión juvenil es un problema acuciante.


Los jóvenes demuestran una falsa apariencia de felicidad y tranquilidad cuando en realidad en su interior no es así. Se los ve compartiendo tiempo con amigos o compañeros de andanzas, pero en realidad están sumergidos en un profundo pozo de soledad y parsimonia del cual les resulta difícil salir.


Cuando se indagan las causas de este vacío interior, varias son las teorías que se obtienen como respuesta. El Dr. Frederick Goodwin, que fuera luego director del instituto Nacional de Salud Mental, nos comenta que: “Ha habido una tremenda erosión del núcleo familiar: se ha duplicado el índice de divorcios, ha disminuido el tiempo que los padres dedican a los niños, y ha habido un incremento de la movilidad de las familias. Los niños crecen sin conocer a su familia más extendida. La pérdida de estas fuentes estables de la autoidentificación implica una gran susceptibilidad ante la depresión”.


La mayoría vive en “hogares” ausentes, aunque los padres estén presentes. La conversación familiar se la considera “obsoleta, aburrida”. El celular es la estrella en la mesa familiar. Otros se ignoran mutuamente y el tiempo para la conversación, no existe más. No hay “tiempo” para ello. Otros viven bajo un techo donde la agresividad y las peleas están a la orden del día. Las relaciones familiares se van resintiendo y deteriorando a lo largo del tiempo. De una u otra manera, se ahonda el vacío interior y el pesimismo entre los jóvenes.


Los jóvenes intentan encontrar algo que los haga sentir vivos, que los motive. Algunos cuando se les pregunta qué es lo que hacen para divertirse la respuesta más frecuente es “andar por ahí”. Y cuando se les pregunta que quieren decir con eso, responden: “nada más andar por ahí buscando que algo pase para encenderlos”.


Continuará en la (II Parte): “El peligro de las redes sociales mal empleadas”.

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