Profetas de Dios (V Última Parte)
En la IV Parte comentábamos que al recibir a Cristo como nuestro profeta estamos admitiendo todas sus palabras como revelaciones auténticas del reino de Dios y su pacto; ya sea en el Antiguo como el Nuevo Testamento.
En todas las épocas, la palabra de Cristo se moviliza en base a dos ejes antagónicos: la maldición y la bendición. Supuestos que normalmente enfatizan los profetas: el arrepentimiento del pecado para evadir las maldiciones del pacto; y la fe en Dios para obtener las bendiciones del pacto.
La primera función de los profetas del Antiguo Testamento fue siempre llamar al pueblo al arrepentimiento a fin de que no cayesen sobre ellos las maldiciones. Esto, también fue parte del ministerio de Jesús como profeta en el Nuevo Testamento.
En Mateo 4:17 se resume de la siguiente manera:
“Desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado”.
En cierta manera, el arrepentimiento es parte del proceso de santificación. El arrepentimiento inicial llega al asimilar y degustar el evangelio. La palabra de Dios obra de tal manera restaurando la vida y relación con él, que permite revestirnos “…del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad”. (Efesios 4:24).
También es verdad que el arrepentimiento debe ocurrir a lo largo de toda la vida cristiana. Los creyentes necesitamos hacer del arrepentimiento nuestro pan de cada día. Debe ser una práctica diaria. Porque si pensamos que por el simple hecho de ser cristianos, no vamos a pecar, o a ceder ante la tentación, estamos muy equivocados, pues “…el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga”. (1 Corintios 10:12).
Y la segunda función de los profetas, es la bendición. Hay bendición en la obediencia. Esto, también ha sido parte del ministerio de Jesús como profeta en el Nuevo Testamento.
En Mateo 19:14 se resume de la siguiente manera al bendecir a unos niños:
“Dejad a los niños, y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como éstos es el reino de los cielos”.
Como cristianos, tenemos que conocer la palabra de Dios, ser diligentes y prontos a obedecerla. Por eso es tan importante leer, comprender, meditar, memorizar, permanecer y aplicar la Palabra cada día. Cuando respondemos a Dios en obediencia, las bendiciones descienden sobre nosotros y se esparcen a nuestro alrededor.
Como conclusión, seamos precavidos y tengamos mucho cuidado de los falsos profetas. Aquellos que se auto proclaman profetas asegurando que Dios les habló o tienen alguna visión, o tal o cual mensaje de su parte.
Ante este peligro, las Escrituras nos responden en Deuteronomio 18:22
“Cuando un profeta hable en el nombre del Señor, si la cosa no acontece ni se cumple, ésa es palabra que el Señor no ha hablado; con arrogancia la ha hablado el profeta; no tendrás temor de él”.