Las murallas de Jericó (I Parte) Cuando Dios pide cosas extrañas
Me imagino lo insólito y extraño que debe haberle resultado a Josué el pedido de Dios en el capítulo 6.
Los soldados de Josué debían marchar una vez al día alrededor de la ciudad de Jericó mientras los sacerdotes hacían sonar sus trompetas. Esto debían repetirlo a lo largo de seis días. Pero el séptimo día debían marchar siete veces alrededor de la ciudad mientras los sacerdotes harían sonar sus trompetas hasta que Josué diese la orden de gritar con todas sus fuerzas, pues Dios les había entregado la ciudad. ¡Vaya si sonaba extraño ese pedido!
Sin embargo a pesar de lo sorprendente de la orden, había algo particular. Y es que Dios al participarle su plan de batalla, ya de antemano le había entregado la ciudad de Jericó. Ellos no tenían que luchar por la ciudad, la victoria ya les pertenecía.
A ellos no les tocaba pelear por el triunfo, sino desde la victoria. No eran necesarios los ejércitos, armas o tácticas para conquistar Jericó. Lo único que necesitaban era obedecer al pie de la letra lo que Dios les había encomendado, sin importar cuán extraño pareciese.
En las Escrituras se nos narran situaciones donde Dios pide cosas un tanto extrañas como en Oseas 1 cuando le pide al profeta que se case con una ramera: “Anda, toma para ti a una mujer ramera y engendra hijos de prostitución…” (Oseas 1:2), o cuando Jesús le pide a Pedro que vaya hacia él caminando sobre las aguas (Mateo 14:28-29).
Cuando no entendemos los pedidos extraños de Dios, cuando no interpretamos sus planes, generalmente terminamos cuestionándolos desde nuestra perspectiva llegando a pensar que sus métodos son extraños, arbitrarios y hasta inusuales.
Lo mismo sucede con (el kairos de Dios) el tiempo de Dios. Cuando se demora el cumplimiento de una promesa, nos angustiamos, nos solemos deprimir y hasta quizás nos resignemos abandonando toda esperanza. Literalmente, bajamos los brazos, tiramos la toalla, nos damos por vencidos.
Es en ese preciso momento cuando más debemos confiar en Dios, ser sensible a su voz, obedecer y agradecer, siguiendo sus indicaciones más allá de su comprensión o no; como Job lo hizo en su momento.
No importa cuán extraño o inesperado resulte el mandato, si viene de parte de Dios, todo será para bien, pues “…sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien…” (Romanos 8:28).
Y “Solo nos queda decir que, si Dios está de nuestra parte, nadie podrá estar en contra de nosotros”. (Romanos 8:31).
Continúa en la (II Parte)