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Los primeros 7 años de nuestros niños (I Parte)


Los niños son altamente impresionables. Llegan a ser lo que ven, oyen y viven. Durante los primeros siete años se formarán sus hábitos fundamentales para toda la vida.


Estos primeros siete años son como una ventana abierta de oportunidades para que los padres influencien, enseñen, y modelen a sus hijos como seres humanos capaces, solícitos y centrados en Cristo.


El desarrollo es tan rápido durante este tiempo que tus hijos nunca aprenderán tanto y tan rápidamente como en la primera infancia. Durante estos primeros siete años se formarán los valores de tus hijos y la base que los motivará para la conducta de toda su vida. Pero es también durante ese período crítico de desarrollo rápido que tus hijos son más vulnerables, ¡tanto para lo bueno como para lo malo!


No puedes darte el lujo de desperdiciar estos años.


Los padres/madres deberán ser, a la vez, fuertes como tiernos. ¿Qué paradoja, no? Fuertes en cuanto a los valores que sostienen manteniéndolos en el tiempo, y a su vez tiernos en la manera de presentarlos. Y será de esta manera donde entra el amoroso toque de Jesús. Los padres/madres deberán ser firmes en relación con los valores y tiernos con respecto al espíritu del niño.


Pues si se los amenaza, reprocha u hostiga para formarlos caprichosamente, sin sentido y demasiado a menudo, el único modelo que estos niños conocerán se convertirá en su manera de ser padres o madres el día de mañana.


Los niños serán en definitiva, la extensión de lo que vivieron en su hogar. Los primeros siete años será como un Tattoo que permanecerá a través de los años. Se podrá intentar “borrar” pero siempre quedará un vestigio de lo que fue. En la adultez, será muy tedioso como dificultoso (y hasta me animaría a decir imposible) lograr que razonen o cambien su actitud. A muchos ya no les interesará cambiar y otros se encontrarán bien tal cual son, a pesar de.


Aquellos que son criados en hogares donde los padres exhiben valores firmes pero a su vez son compasivos, amables, explican el porqué de cada situación expresándose con amor, serán atraídos a buscar una relación íntima y significativa con el Padre Celestial.


Cuiden sus espíritus tiernos. Aprendan a disciplinar sin despertar su disposición combativa “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en la disciplina e instrucción del Señor”. (Efesios 6:4).


Los padres que logran la obediencia con un espíritu de condenación, apartan a sus hijos de Dios. Los niños llegarán a pensar: “si Dios es así y de esta manera es su disciplina, mejor no seguirlo”.


Si en lugar de ello, educan y crían a sus hijos con gracia, firmeza, amor, y orando por ellos, los resultados serán los esperados aunque haya que tener paciencia y no se vean los cambios inmediatamente.


Cuando los hijos cometan errores, oren guiándolos al arrepentimiento y que comprendan su equivocación o la causa de su falta.


Hablen a sus hijos de la hermosa relación de amor y obediencia que tuvo Jesús con su amado Padre Celestial. Y pidan discernimiento al Espíritu Santo para que los ayude a saber cuál es la mejor manera de tratar y guiarlos, pero ¡recuerden siempre! Hagan todo de corazón como para el Señor, hagan todo con amor. (Colosenses 3:23).

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