Amor supremo
La naturaleza y la revelación dan testimonio del amor de Dios.
Nuestro Padre celestial es el manantial de vida, sabiduría y gozo. Si miras alrededor, siempre vas a encontrar algo hermoso al alcance de tu vista, los diferentes colores del cielo, la forma de las nubes, un amanecer, un atardecer, la luna llena, pajaritos que preparan sus nidos, el aroma de algún árbol en flor, y mucho más. Es ver como maravillosamente todo se adapta a las necesidades y a la armonía, no solamente del ser humano, sino de todos los seres vivientes.
El sol ayuda a la vida y la lluvia refresca la tierra. Los montes, los mares, los valles, el aroma de las flores y sus variados coloridos y formas, todo nos habla del amor del Creador.
Dios es el que suple las necesidades diarias de todas sus criaturas. El salmista lo expresó de la siguiente manera: “Los ojos de todos esperan en ti, Y tú les das su comida a su tiempo. Abres tu mano, Y colmas de bendición a todo ser viviente”. (Salmo 145:15-16).
Dios hizo al ser humano perfectamente santo y feliz. La hermosa tierra no tenía al salir de la mano del Creador mancha de decadencia, ni sombra de maldición.
La transgresión a Dios, fue lo que trajo consigo dolor y muerte. En medio del sufrimiento resultante del pecado, sin embargo, se revela el amor de Dios. Está escrito que Dios maldijo la tierra por causa de la desobediencia del hombre y de la mujer (Génesis 3:17-18).
Los cardos y espinas, las dificultades y pruebas que sufre el ser humano, fue permitido para su bien (como parte de la preparación necesaria, según el plan de Dios) con el propósito de levantarlo de la ruina y degradación que el pecado había causado.
El mundo, aunque caído, no es todo tristeza y miseria. En la misma naturaleza hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos y las espinas están cubiertas de rosas.
Dios es amor (1 Juan 4:8), está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada briza de la hierba del campo. Los hermosos pájaros que con sus felices trinos llenan el aire de melodías, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección lo perfuman, los altos árboles del bosque que con su generoso follaje cobijan los animales del calor del verano, la pronta lluvia que sirve para saciar la sed árboles, como de animales y aves, todos atestiguan el tierno y paternal cuidado de nuestro amado Dios y su deseo de hacer felices a sus hijos.
La Palabra de Dios revela su carácter. Él mismo declaró su infinito amor y piedad, cuando Moisés le suplicó: “Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro…” (Éxodo 33:18-19).
Ésta es su gloria. El Señor pasó delante de Moisés y proclamó: “¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado…” (Éxodo 34:6-7). Él es clemente y piadoso, tardo para enojarse porque es grande su misericordia (Jonás 4:2; Miqueas 7:18).
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