¿Crees sólo en lo que ves?
Basado en: Juan 20:29
“Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y creyeron”.
En un mundo globalizado repleto de estímulos visuales, la “imagen” es la gran protagonista.
Todo entra por la vista: la moda, la comida, la tecnología, las coreografías, shows de todo tipo, indumentaria, redes sociales, editoriales y hasta las personas que han hecho de las selfies un ritual diario por cualquier motivo.
La imagen y la apariencia exterior poseen un gran impacto trascendiendo muchas veces, su propio contenido. Sucede, que, si la apariencia es agradable, atractiva, vistosa y llama la atención, capaz sea buena, aunque en algunos casos, poco importa. Lo importante es el poder que tiene esa “imagen” para atrapar, vender o seducir.
Jesús, desarrolló su ministerio terrenal, los tres últimos años de su vida. Muchos lo vieron y siguieron, otros no.
Los que venimos después de Cristo y no tuvimos la oportunidad de gozar de su presencia, optamos por ser sus discípulos y seguidores y con orgullo nos llamamos cristianos. Más allá del tiempo abismal entre su primera venida y nuestro tiempo; creemos en él, aunque no lo hayamos visto. Pero también están “los otros”, los que necesitan corroborar con su vista, para dar fe y legitimidad de que algo existe.
Tú ¿de qué lado te encuentras? ¿estás entre los que necesitan de estímulos sensoriales para creer? ¿Necesitas ver y tocar (como Tomás) para creer?, o te encuentras dentro de los que caminan por fe y que a pesar de no haber visto al Señor Jesús crees en Él con todo tu corazón y confiesas “…con (tu) boca que Jesús es el Señor, y (crees en tu) corazón que Dios le levantó de los muertos…” (Romanos 10:9-10).
¿Crees que el Cristo del que nos hablan las Escrituras es real? Y ¿que Dios lo resucitó de los muertos y que está sentado a la diestra de Dios Padre todo Poderoso, intercediendo por nosotros? (Romanos 8:34).
Si es así, considérate como muchos y como yo, un/a “bienaventurado/a y un/a privilegiado/a porque, aunque no lo hayamos visto, creemos por fe que hace más de dos mil años vino a esta tierra para ofrecerse voluntariamente por amor, para ser el “sacrificio perfecto”, para que tú y yo seamos salvos y tengamos vida eterna. (1 Juan 2:1).
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