Cuando Decir No es un Acto de Valor y Obediencia
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Basado en Daniel 1
¿Qué harías si estuvieras rodeado de presiones para ceder y adaptarte a un mundo que no comparte tu fe? Daniel, un joven lejos de su tierra, enfrentó esa misma decisión cuando fue llevado cautivo a Babilonia en la primera deportación (605 a.C.) junto a sus tres amigos, Ananías, Misael y Azarías. En aquella época, era común que los pueblos conquistados fueran llevados como esclavos para servir en labores forzadas. Sin embargo, en medio de este imperio imponente, Daniel tomaría una decisión que definiría su historia: mantenerse fiel a Dios, sin importar las consecuencias.
Una vez en Babilonia, el rey Nabucodonosor II encargó “…a Aspenaz, jefe de sus eunucos, que trajese de los hijos de Israel, del linaje real de los príncipes, muchachos en quienes no hubiese tacha alguna, de buen parecer, enseñados en toda sabiduría, sabios en ciencia y de buen entendimiento, e idóneos…” (Daniel 1:3-4[i]). Evidentemente el rey estaba seleccionando a los mejores para ponerlos a su servicio.
Para ese entonces, se calcula que Daniel, rondaría los diecisiete años aproximadamente, al igual que sus amigos. Ellos fueron seleccionados de la casa real para recibir instrucción en la ciencia, idioma, cultura y costumbres babilónicas, con el fin de servir en el palacio del rey.
Por tal motivo, y con la intención de establecer una relación de lealtad y una especie de alianza, el rey dispuso que estos jóvenes comieran de su propia comida y bebieran de su vino. Comida que, seguramente había sido presentada en sacrificio a los dioses de Babilonia, de acuerdo a sus costumbres (Éxodo 34:11-17). Pero ellos, como judíos, estaban sujetos a las leyes alimenticias establecidas por Moisés (Levítico 11:44-47; Deuteronomio 14). Decidieron, entonces, mantenerse firmes en su fe: “Pero Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió, por tanto, al jefe de los eunucos que no se le obligase a contaminarse” (Daniel 1:8).
Daniel manteniéndose firme en su posición, hace una propuesta “…a Melsar, que estaba puesto por el jefe de los eunucos sobre Daniel, Ananías, Misael y Azarías: Te ruego que hagas la prueba con tus siervos por diez días, y nos den legumbres a comer, y agua a beber” (Daniel 1:11-12). El mayordomo, a pesar del tremendo riesgo que corría desobedeciendo al mandato del rey Nabucodonosor, decide acceder a la petición de Daniel y los tres muchachos. Evidentemente Dios estaba obrando en el corazón de Melsar, tal como lo afirma Filipenses 2:13 “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
Una lección de firmeza para nuestros tiempos
Hoy, como seguidores de Cristo, vivimos en un mundo donde la presión por adaptarse a lo que no es correcto ni digno, es constante, e ineludible. La cultura moderna frecuentemente promueve el relativismo moral, donde “todo da igual” o “si a vos te gusta o te sirve, vale.” Sin embargo, el profeta Isaías, advierte “¡Ay de los que llaman al mal bien y al bien mal, Que tienen las tinieblas por luz y la luz por tinieblas, Que tienen lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!” (Isaías 5:20 – LBLA).
De la misma manera que Daniel, debemos tener la sabiduría para discernir qué viene de Dios y qué no “Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error” (Efesios 4:14). No podemos ser como aquellos que siguen ciegamente las corrientes mundanas vitoreando o siguiendo lo que es tendencia como ganado desfilando al matadero, sin saber los motivos. Es fundamental antes de prestar nuestro consentimiento a alguna situación o ser partícipe de alguna convocatoria, reflexionar si estamos haciendo y cumpliendo con la voluntad Santa de Dios.
Este mensaje es una advertencia a evitar ser manipulados y llevados de las narices por los que manejan situaciones por motivos espurios. Debemos recordar las palabras de Romanos 12:2: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.”
Conclusión: Permanecer firmes en la verdad de Dios
La historia de Daniel nos enseña que la fidelidad a Dios no depende de las circunstancias externas. No importa si estamos en un ambiente hostil o amigable, en el trabajo, en la universidad o en cualquier otro lugar. Debemos mantenernos firmes en la verdad, en los valores, en la ética, en lo noble y justo, en lo honesto e íntegro, que son todos valores que provienen de la santidad de Dios, y oponernos a todo aquello que implique maldad, corrupción, perversidad, crueldad e iniquidad que provienen del maligno, de Satanás, sin tener miedo al rechazo.
Que nuestra oración sea pedirle al Señor el coraje y la valentía para no contaminarnos con las cosas y situaciones del mundo, sino vivir en santidad, obediencia y fe, tal como lo hizo Daniel, quien, a pesar de su corta edad, se mantuvo firme en su fe mientras servía al rey Nabucodonosor en el imponente Imperio babilónico.
No importa dónde estés o en qué situación te encuentres; siempre sé fiel, obedece y mantente firme en las enseñanzas de Dios. Así como Daniel permaneció inquebrantable en medio de un imperio poderoso, también nosotros podemos sostenernos con la ayuda de nuestro Señor. Como dice 1 Corintios 16:13 (DHH): “Manténganse despiertos y firmes en la fe. Tengan mucho valor y firmeza”.
[i] La versión de la Biblia utilizada es la Reina Valera – 1960 a menos que se indique lo contrario.
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