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Cuando la Oración Toca el Corazón de Dios


Basado en: Daniel 9:3-19


La plegaria, que se encuentra en el pasaje de Daniel 9:3-19, se destaca como un profundo modelo en la Biblia. Su grandeza no proviene por su extensión o en la elocuencia de su retórica, sino de una fe sencilla y genuina y por sobre todo, de un corazón arrepentido y necesitado del perdón y restauración por parte de Dios.


Debemos evitar pensar que por palabras elocuentes o cargadas de sabiduría, Dios nos va a escuchar más y tomará acción, sino más bien por la sinceridad y la fe que emana de una petición sencilla y humilde, como la de un niño.


La Escritura nos enseña que Dios responde a las oraciones que están en armonía con Su santa voluntad. Santiago 4:2-3 nos recuerda: “Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar; combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís. Pedís, y no recibís, porque pedís mal, para gastar en vuestros deleites. Esta enseñanza subraya la importancia de buscar y anteponer a nuestra necesidad la voluntad de Dios la cual es agradable y santa, se cumpla en nuestra vida, como es expresado en el siguiente pasaje: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. (Romanos 12:2). Esta enseñanza subraya la importancia de buscar y anteponer a nuestra necesidad la voluntad de Dios que es agradable y santa, se cumpla en nuestra vida.


Gran parte de la oración de Daniel se centra en la confesión de pecados, tanto de los de Israel como de los propios. Aunque la Biblia no señala ningún pecado en particular por parte de Daniel, podemos estar seguros de que, como el resto de la humanidad en su condición caída, poseemos una naturaleza pecaminosa desde el momento en que fuimos concebidos, como bien es expresado en el Salmo 51:5: “He aquí, en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre”.


Lo que caracteriza a Daniel es su humildad y el reconocer sus faltas más allá de que las hubiese o no. Esta actitud, contrasta con la de los fariseos quienes a menudo se enfocaban en señalar los errores de los demás sin reconocer sus propias faltas (Mateo 7:3-5).


La clave de la confesión espiritual que honra a Dios radica en tener una clara comprensión de quién es Dios en todos sus atributos morales, que son infinitamente perfectos en santidad, verdad y amor. No fue hasta que Job pudo expresar: “De oídas te había oído; más ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6), o hasta que Isaías vio al Señor sentado sobre un trono alto y sublime y oyó a los serafines clamando “Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos...”, que pudo decir: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos.” (Isaías 6:3 y 5).


Estos ejemplos de Job y el profeta Isaías en su autoevaluación como pecadores, ilustran cómo el encuentro con la santidad y majestuosidad de Dios son más que suficientes para marcar el contraste entre nuestra pecaminosidad e insuficiencia y Su santidad. La visión de Dios en Su plenitud revela nuestra necesidad de arrepentimiento, humildad y restauración.


En la oración de confesión e intercesión de Daniel, nos encontramos con un profundo recordatorio de la importancia de la humildad y el arrepentimiento en nuestra relación con Dios. Esta oración, destacada en la Biblia como un modelo a seguir, nos muestra que la grandeza de la oración no se debe a la “…sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo” (1 Corintios 1:17), sino a una búsqueda humilde y genuina, y, sobre todo, a un corazón rendido a Dios en busca de Su perdón.

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