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El pecado de Acán


Basado en: Josué 6 y 7 – 1 Corintios 10:12


La preexistencia de una condición

Cuando Dios entregó Jericó a Josué y a sus hombres de guerra, estableció una condición, ellos no debían tocar, ni tomar cosa alguna del anatema (cosas malditas), pues no sería cuestión que mediante su proceder hiciesen anatema (maldito) al campamento de Israel. Todo lo que encontrasen en Jericó así fuesen “…hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos…” debían ser destruidos a filo de espada. El pueblo de Jehová debía de mantenerse alejado de sus ídolos y lo asociado con la adoración demoníaca y depravada de los habitantes de la tierra de Canaán.


Pero sí debían apropiarse de toda la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro, los cuales serían consagrados al tesoro de Jehová. A su vez, debían de guardar la vida de Rahab, la ramera, y a su familia por haber escondido a los espías que Israel había enviado oportunamente.


Pero no todos se esforzaron en obedecer el mandato de Dios, sino que uno de los hijos de Israel, Acán, de la tribu de Judá, desoyó, perdió la cabeza. La tentación fue mayor que su cordura, que su obediencia a Jehová y como resultado, se encendió la ira de Jehová contra los hijos de Israel.


La gran derrota

La próxima batalla del pueblo de Israel sería conquistar el territorio de Hai. Al subir el pueblo en contra de Hai, solamente lo hicieron unos pocos ya que no representaba mayor peligro por no ser un pueblo numeroso. Sin embargo, a pesar de haber sido mayor en cantidad que los de Hai, fueron derrotados debiendo huir “…por lo cual el corazón del pueblo desfalleció y vino a ser como agua”. (Josué 7:5).


Israel había sido derrotado, pero no porque Dios no cumpliese su promesa de protección, sino porque había pecado en el pueblo. Dios les había anticipado que, en Jericó, se guardaran de todo lo maldito, ni siquiera debían de tocar o tomar cosa alguna porque harían anatema a todo el campamento de Israel.


Pero por culpa de un hombre, Acán, todo Israel había pecado. Esto provocó su derrota en Hai, lo que tendría que haber sido una rotunda conquista de la mano de Jehová. Esa falta grave, esa infracción provocó el fracaso y que treinta y seis hombres muriesen, todo por el pecado de un hombre y su familia.


El apóstol Pablo en 1 Corintios 5:6 hace referencia a algo similar con respecto al pecado en la iglesia “¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?”. Un pecado aceptado y tolerado entre los creyentes por más ínfimo que sea puede infectar a toda la comunidad.


Israel estaba bajo un pacto con Dios que prometía bendiciones por su obediencia y también maldiciones por su desobediencia. Aunque Josué desconocía la identidad de la familia pecadora, Dios sí la conocía. Por lo tanto, el pueblo debía de ser santificado.


Acán fue tentado. Seguramente cuando se encontró con ese manto babilónico que era muy bueno según su apreciación, sumado a una cantidad de dinero y un lingote de oro cedió a la tentación. Quizás haya pensado que Dios no se daría cuenta ya que lo había enterrado “…bajo tierra en medio de (su) tienda, y el dinero debajo de ello”. (Josué 7:21).


El pecado siempre tiene un encanto y un aroma especial. Conlleva placer, es atrapante, y llama la atención. Debes ser una persona íntegra, con valores y bases bien firmes en el Señor para poder vencer la tentación y no caer en ese placer fugaz y engañoso que provoca el pecado.


Quizás seamos tentados hacer, o a decir, o a omitir, esto o aquello pensando que no es relevante, o que, siendo un pecado menor, Dios no lo va a ver, o lo va a pasar por alto.


Si queremos tener comunión con Dios y caminar junto a Él, ganar nuestras batallas diarias, debemos resistir al pecado. Muchas veces la comunión con Dios se ve obstaculizada por nuestro pecado y rebeldía y no entendemos por qué nuestras oraciones no son contestadas por Dios o las cosas no nos salen bien. “Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad…” (1 Juan 1:6).


Caminar en la cuerda floja

Acán, en su ignorancia creyó que nadie se enteraría, y seguramente no debe haber pensado o creído que mediante su comportamiento arrastraría a toda su familia y posesiones. Pero así fue. La caída no es solamente personal, sino que arrastramos a todos nuestros seres queridos y posesiones.


La mentira “tiene patas cortas”. Josué no lo sabía, pero cuando envió mensajeros a su tienda, buscaron y encontraron todo el anatema escondido. Fue llevado a Josué y puesto delante de Jehová, aunque Dios ya sabía todo de antemano. Cuando el pecado fue expuesto a la luz, sobrevino la humillación, la vergüenza, la derrota, el quebrantamiento y el castigo.


Jesús fue tentado tres veces por Satanás en el desierto y a desistir de su obra redentora para toda la humanidad. Él vino a traer la salvación mediante su muerte vicaria. Pero Jesús en su Santidad, derrotó al pecado para que tú y yo seamos libres y nos reconciliemos con el Padre Celestial. Él fue firme en sus convicciones y estuvo siempre en obediencia al Padre.


La dura consecuencia

Cuando asumimos el beneficio de la salvación y la vida eterna y reconocemos todo lo que Él hizo mediante su muerte en la cruz, cuando llegamos a entender que la finalidad es que seamos uno con el Padre y con Jesús, podrás entender que esa unidad “…será perfecta, y los de este mundo entenderán que tú me enviaste, y que los amas tanto como me amas tú”. (Juan 17:20-23). Luego de comprender e interiorizar este gran misterio, este gran amor incondicional de Jesús por la humanidad ¿acaso seguirás teniendo valor para salir y pecar? ¿Te has puesto a pensar cuál es el resultado del pecado? NADA BUENO y sin duda alguna, te llevará a la perdición.


Todo aquello que construiste con tanto amor, con tanto cuidado y dedicación, con tanto esmero y sacrificio, CAERÁ como un castillo de naipes. Tus sueños quedarán FRUSTRADOS y terminarán DERRUMBÁNDOSE.


El pecado es como caminar en una cuerda floja, si no tienes la mirada fija puesta en Jesús y te distraes mirando a los costados o abajo, caerás y perderás la vida.


¡Dios me ayude y te ayude a reconocer el pecado y sus consecuencias antes de abrirle la puerta!


Y al “…que cree estar firme, tenga cuidado de no caer”. (1 Corintios 10:12).

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