El Perdón: Un Camino hacia la Libertad Espiritual
Basado en: Mateo 18:21-22
“Entonces Pedro fue y preguntó a Jesús: Señor, ¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano, si me hace algo malo? ¿Hasta siete? Jesús le contestó: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
El perdón es una de las virtudes más poderosas y, a la vez, más difíciles de alcanzar. No se trata solo de una acción única o de una obligación moral, sino de un viaje continuo que nos transforma y libera. Es un acto de obediencia a Dios, pero también un proceso que, cuando se lleva a cabo con sinceridad y fe, nos acerca más a Su corazón.
Al decidir perdonar, estamos aceptando el llamado divino de dejar ir el rencor y la amargura que nos atan al pasado. No significa ignorar o justificar la ofensa, ni olvidar lo sucedido como si nunca hubiera ocurrido. Más bien, es un acto de entrega, donde soltamos nuestro derecho de exigir justicia y lo ponemos en manos de Dios, confiando en Su sabiduría y en Su capacidad de restaurar lo quebrantado.
Jesús nos enseñó a perdonar sin medida, sin contar cuántas veces hemos sido heridos. No lo hacemos porque el ofensor lo merezca o porque esperamos un cambio en su comportamiento, sino porque, al perdonar, reflejamos la gracia que nosotros mismos hemos recibido. “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso” (Lucas 6:36). Esta misericordia nos invita a un acto de amor que trasciende nuestras fuerzas humanas, recordándonos que el verdadero perdón nace del poder de Dios en nosotros.
El proceso de perdonar puede ser doloroso y a menudo requerir tiempo. A veces, es una batalla diaria, donde cada día debemos reafirmar nuestra decisión de dejar atrás el dolor y, sobre todo, sanar nuestro amor propio. En esos momentos, es esencial recurrir a la oración, pidiéndole a Dios que sane nuestras heridas y nos dé la fuerza para avanzar. Es en este lugar de vulnerabilidad donde Su gracia se manifiesta con mayor claridad, ayudándonos a ver a la otra persona con los ojos de Cristo, quien, en la cruz, intercedió por nosotros diciendo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
El perdón, entonces, no es solo un regalo que damos al otro; es un regalo que nos damos a nosotros mismos. Al perdonar, liberamos nuestro corazón de la carga que nos impide experimentar la plenitud del amor de Dios. De esta manera, abrimos espacio para la sanidad y la restauración, permitiendo que Su paz, que sobrepasa todo entendimiento, guarde nuestros corazones y nuestras mentes en Cristo Jesús (Filipenses 4:7).
No debemos esperar a sentirnos listos para perdonar. El momento adecuado es ahora, confiando en que Dios nos guiará paso a paso en este proceso. Mientras seguimos este camino, veremos cómo Su luz ilumina cada rincón oscuro de nuestro ser, transformando nuestras heridas en testimonio de Su poder redentor.
Que nuestro anhelo sea siempre reflejar el amor y la misericordia de Dios, perdonando como Él nos perdonó. Porque, al hacerlo, no solo liberamos al otro, sino que nos liberamos a nosotros mismos, y damos testimonio del gran amor con el que fuimos amados.
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