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El Rey que llegó en humildad

  • Foto del escritor: Rinconcito de la Oración
    Rinconcito de la Oración
  • hace 9 minutos
  • 2 Min. de lectura


"Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga”.  Mateo 21:5


Cuando Jesús entró en Jerusalén, lo hizo montado en un pollino. No en un caballo de guerra, no en una carroza de lujo, ni ataviado con una corona de oro, anillos preciosos o vestiduras reales resplandecientes, como era costumbre en las entradas triunfales de los reyes de esa época.


Él llegó en la sencillez de un animal humilde, sin ornamentación, sin ostentación, pero con una majestad divina que no necesita brillos. Esa escena —llena de simbolismo— nos habla profundamente de quién es nuestro Salvador: el Rey que renunció a la gloria visible para mostrarnos el verdadero poder de la obediencia, la humildad y el amor, según lo expresa Filipenses 2:7-8.


Los discípulos obedecieron sin cuestionar cuando Jesús les pidió que trajeran el pollino (Mateo 21:6), y Jesús, por su parte, se entregó voluntariamente al cumplimiento del plan del Padre. Sabía que esa entrada marcaría el inicio de su camino al Calvario, y aun así, avanzó con valor.


El pueblo lo aclamaba: "¡Hosanna!", esperando al Mesías conquistador, al libertador político que los libraría del dominio romano. Pero no comprendieron que Jesús no venía a levantar espada de hierro, sino a proclamar la espada de doble filo de su Palabra, que es viva y eficaz, y penetra hasta lo más profundo del corazón (Hebreos 4:12).


No venía a ocupar un trono terrenal, sino a reinar en el alma. Por eso lloró por Jerusalén y dijo con ternura y tristeza “¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” (Lucas 13:34)


Esta Semana Santa nos invita a revisar si nosotros también estamos esperando un Jesús a nuestra manera, que cumpla nuestros planes, o si estamos dispuestos a recibir al verdadero Rey, que trae un Reino eterno, invisible, y transformador.


Que podamos caminar estos días con el mismo espíritu de Jesús: obediente al Padre, humilde en corazón, y valientes para vivir y proclamar su Reino.

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