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La fragancia del perdón



El perdón posee un poder incalculable, tanto para quien perdona como para quien es perdonado. En algunas situaciones, nos encontraremos en la posición de perdonar, mientras que en otras, deberemos perdonarnos a nosotros mismos por los errores cometidos. Aunque sé que esto no es sencillo, ya que implica lidiar con nuestro amor propio, una vez que logremos perdonar, experimentaremos un profundo alivio. El acto de perdonar nos brinda la oportunidad de iniciar una nueva etapa renovada, permitiéndonos restaurar lo que previamente había sido quebrantado.


A pesar de la magnitud de la herida, debemos confiar en el inmenso poder de Dios que reside en nosotros y nos capacita para sanarla. Existe un dicho atribuido a Alexander Pope que reza: “Errar es humano y perdonar es divino”. Sin embargo, nunca nos asemejamos más a Dios que cuando otorgamos perdón, y nos asemejamos más a los seres humanos cuando no perdonamos. Dependerá de nosotros decidir a quién deseamos reflejar, si a Dios o a una humanidad caída.


Fuimos perdonados a través del sacrificio vicario de Jesús en la cruz del Calvario. Este perdón no fue otorgado debido a nuestros propios méritos, sino por gracia y el amor recibido. ¿Cómo podría yo no perdonar cuando Jesús nos brindó su perdón incondicionalmente?


Oremos a Dios para que nos conceda un corazón sensible y una actitud perdonadora tanto hacia los demás como hacia nosotros mismos, a fin de disfrutar esa fragancia del perdón.

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