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La importancia de emplear la palabra justa



Saber comunicarse sin herir con lo que uno dice es esencial para una sana convivencia. Sin querer podemos llegar a ofender con nuestras palabras creando serios problemas de convivencia. Pero cuando la comunicación es franca, abierta, sencilla y equilibrada, será de agrado para los demás “La suave respuesta aparta el furor, más la palabra hiriente hace subir la ira”. (Proverbios 15:1).


El Señor Jesús sabía cómo comunicarse ¡Jamás hombre alguno ha hablado como este hombre habla! (Juan 7:46). Con voz clara, precisa y con autoridad el Señor hablaba a las multitudes guiándolas y transportándolas de lo conocido a lo desconocido, de lo material a lo espiritual, de lo temporal, a lo eterno y desde este mundo, al reino de los cielos.


Él hablaba de manera sencilla y en parábolas; y los suyos, los que lo reconocían, podían seguirlo (Juan 10:27). Si la gente acudía con gusto a escucharlo era porque hablaba de corazón a corazón. Las palabras de Jesús estaban impregnadas de amor, de serenidad, de comprensión pero con autoridad. En ellas estaba el acento de la sinceridad, y el anhelo de hacer conocer la verdad a los que lo seguían. Su palabra siempre fue edificante y nunca lastimó con ella la sensibilidad de nadie “…todos hablaban bien de Él y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca…” (Lucas 4:22).


Jesús dominaba como nadie el arte de la buena comunicación. Jesús hablaba con autoridad, certeza y convicción. En ningún momento se lo escuchó decir: “Creo que…” “Me parece que”… “Es probable que…” Por el contrario, su enseñanza era segura y firme, no dejando lugar a dudas. En su léxico se encontraban frases como: “Te aseguro…” “De cierto os digo…” “Ni yo te condeno; vete, y no peques más”.


Sus palabras tenían peso propio, el valor de la verdad y el peso de su divinidad. Su hablar era “…en El todas son sí; por eso también por medio de Él, Amén…” (2 Corintios 1:20). Él no se contradecía, su hablar era “Sí, sí” o “No, no” (Mateo 5:37).


Él, más que nadie podría haber hablado con mucha severidad y rigidez (Juan 8:1-11), sin embargo, su calidez y actitud perdonadora hizo que los corazones que la escuchaban se ablanden y sus vidas fuesen transformadas. Su perdón, su reconocimiento y segundas oportunidades estaban siempre a flor de piel (Marcos 14:3-10), aunque “…de ninguna manera tendrá por inocente al culpable”. (Números 14:18).


Pareciera que la comunicación inteligente y constructiva es una virtud poco común. Sin querer cuando hablamos con otros solemos omitir la palabra justa y conveniente o dar tantas vueltas al asunto que generamos un conflicto a partir de un malentendido. O por el contrario, decimos lo que deberíamos omitir o callamos lo que deberíamos decir.

Dios nos dé la sabiduría para saber qué palabras emplear toda vez que tengamos que dirigirnos a otro como para no herir, ni ofender, sino que seamos mensajeros de paz, así tengamos que exhortar, hagámoslo con firmeza, pero a su vez, con serenidad, claridad, paciencia, sin olvidar hacerlo con la verdad y con mucho amor.

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