La Naturaleza del Alma
Basado en: 1 Tesalonicenses 5:23
“Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo”.
Que el hombre esté compuesto de dos partes: alma y cuerpo, nadie lo puede dudar. Con el nombre de “alma” se entiende esa esencia inmortal, aunque creada, que es la parte más noble del hombre y de la mujer.
Algunas veces en la Escritura es mencionada como “espíritu”, ahora, cuando estos dos nombres ocurren juntos (alma/espíritu), difieren entre sí de significación; pero cuando el nombre “espíritu” está solo, es el equivalente a alma. Como cuando Salomón hablando de la muerte dice que entonces el espíritu vuelve a Dios que lo ha dado (Eclesiastés 12:7); y Jesucristo encomendando su espíritu al Padre (Lucas 23:46), y Esteban a Jesucristo (Hechos 7:59). Cuando el alma queda libre de la prisión del cuerpo, es libre del pecado y en Dios encuentra su perpetuo refugio.
En la agilidad del alma que penetra el cielo, la tierra y los secretos de la naturaleza y, después de haber comprendido con su entendimiento y memoria todo el pasado, al disponer cada cosa según su orden, y al deducir por lo pasado, el futuro, claramente demuestra que hay en el hombre/mujer una parte oculta que se diferencia del cuerpo.
Mediante el “alma/espíritu”, conocemos y apreciamos las cosas que son rectas, justas y honestas, lo cual no podemos hacer con los sentidos corporales. Es, por tanto, preciso que la sede y el fundamento de este conocer, sea el espíritu.
Dios como Creador nos ha concebido con cuerpo, alma y espíritu (Génesis 2:7). Y resulta que de alguna manera están interconectados “…yo te busco intensamente. Mi alma tiene sed de ti; todo mi ser te anhela…” (Salmo 63:1).
Lo material, con lo inmaterial, se unen con un fin determinado, y es el de glorificar a Dios y gozar de El para siempre (1 Corintios 10:31; Salmos 73:25). El cuerpo lo glorifica con sus acciones, en tanto que el espíritu como el alma anhelan estar en los atrios del Señor (Salmo 84:2).
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