Pasión Abrasadora (I Parte)
Basada en: Jeremías 20:9
Muy cerca de donde vivo, hay una cancha de papi futbol donde se ve a los jugadores desde la mañana hasta bien entrada la noche. Los he visto jugar con tormenta, con lluvia torrencial, cancha inundada, descarga eléctrica y días con un calor abrasador. Evidentemente para ellos el futbol es una pasión muy fuerte que los hace desestimar las condiciones del tiempo. Los comentaristas televisivos y radiales suelen definir al futbol como “pasión de multitudes”. Inclusive hay un programa deportivo que se emite por televisión que justamente se llama “Pasión por el fútbol”.
¿Y qué es precisamente sentir pasión por algo o por alguien?
Solemos escuchar en distintos ámbitos “pasión” por esto o por aquello. Me apasiona tal o cual cosa o persona, pero precisamente ¿qué es sentir pasión por algo o alguien? Si vamos al diccionario, pasión proviene del latín passio a la cual se le atribuyen diferentes usos, en algunos casos positivos y en otros, negativos. La pasión vendría a ser, el gusto, interés enérgico, entusiasta, efusivo, apasionado hacia algo, por ejemplo y como antes lo mencionábamos, para algunos el futbol es su pasión”, para otros puede ser la lectura, para otros el volar, o el navegar, o como en el caso de los pilotos de F1 que ven su vida pasar a 300 kph (y a más también), pero nos enfocaremos en la pasión como inclinación muy fuerte hacia otra persona y a su causa.
La pasión en las Sagradas Escrituras
Si nos referimos a las Sagradas Escrituras vemos desde Génesis a Apocalipsis un gran número de hombres, siervos de Dios, que han sentido una pasión abrasadora por Dios. Fueron hombres apasionados que dejaron seducirse por Dios "Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido…" (Jeremías 20:7). Hombres que sintieron una pasión abrasadora tal que los llevó a soportar, padecer, sufrir y tolerar diferentes situaciones por amor a Dios y a Jesucristo.
Veamos alguno de ellos:
El profeta Jeremías
La pasión abrasadora que sintió el profeta Jeremías por su Señor fue tal que le permitió a lo largo de su ministerio sobrellevar padecimientos, persecución y desprecio. En algunos casos llegó a sufrir tanta incomprensión que en su desesperación llegó al punto tal de maldecir el día de su nacimiento ¡Maldito el día en que nací! ¡El día que me dio a luz mi madre no sea bendito! ¿Para qué haber salido del seno, a ver pena y aflicción, y a consumirse en la vergüenza mis días? (Jeremías 20:14-18).
“¡Ay de mí, madre mía, porque me diste a luz varón discutido y debatido por todo el país! Ni les debo, ni me deben, ¡pero todos me maldicen! (Jeremías 15:10).
Escuchaba las calumnias de la turba: “¡Terror por doquier!, ¡denunciadle!, ¡denunciémosle!” Todos aquellos con quienes me saludaba estaban acechando un traspiés mío: “¡A ver si se distrae, y le podremos, y tomaremos venganza de él!” (Jeremías 20:10). Sin embargo esa pasión abrasadora lo impulsaba a seguir adelante profetizando.
En un momento, su padecimiento llegó a ser tal que pretendió no hablar más en nombre de Dios, ni siquiera recordarlo, pero todo ello no hacía más que convertirse dentro de él “…como fuego ardiente encerrado en mis huesos; hago esfuerzos por contenerlo, y no puedo”. (Jeremías 20:9).
Tal fue su pasión que lo vivió como un fuego ardiente y consumidor dentro de su ser que no podía apagar muy a pesar de las circunstancias que le tocaban vivir.
Continuará...
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