Sanando nuestros adioses
Basado en Filipenses 3:13-14
Los adioses son parte de nuestro diario vivir “Un día emite palabra a otro día, y una noche a otra noche declara sabiduría”. (Salmo 19:2). Algunas veces los elegimos, otras, nos elijen. Los adioses dejan una huella bien marcada y un vacío en nuestro ser.
Dependerá cómo encaremos ese adiós, para que lo dejemos “ir” aceptando la despedida (de la índole que fuese) con integridad. En el hecho de enfrentarlo se comienza a vislumbrar el dolor como una parte natural y quizás rutinaria de nuestra humanidad y de nuestro camino por la vida.
La intensidad de la vivencia irá de acuerdo a la personalidad de cada uno, de nuestra propia historia, nuestra relación con Dios y nuestra filosofía de vida. Lo importante radica en lo que hacemos con nuestro sufrimiento, en que lo convertimos y no en sí mismo como valor.
Cada vez que nos topamos con un “adiós” imprevisto, todo nuestro ser se afecta, ya sea en lo físico, como en lo emocional, mental y espiritual.
Dependerá el fortalecernos en la resurrección, creyendo y confiando en que existe algo más allá de la muerte, que hay algo después de la pena, el dolor y el sufrimiento. Aquí es donde reside nuestra fuerza y nuestra esperanza.
Existe una falsa creencia de que Dios manda el sufrimiento. Pero no es así, Dios no manda el sufrimiento, ni desea que lo padezcamos. No permanecemos solos en el dolor, en las pérdidas. Dios en su inmenso amor nos acompaña, nos ayuda a transitarlo de la mejor manera, en paz, permitiendo que crezcamos a través de ellos.
Los accidentes, las pérdidas ocurren, la muerte nos llega, las enfermedades son frecuentes en nuestro mundo, pero Dios no nos hace esas cosas. Jesús lo demostró en su ministerio al bendecir, curar, liberar y consolar, haciendo todo lo que pudo para eliminar el sufrimiento que formaba parte de la condición humana.
Si nuestra imagen de Dios es la de un Dios lejano que no se involucra, que nos manda pesares para ponernos a prueba o si es un Dios que acumula sufrimientos para demostrarnos lo mucho que nos ama, lo más probable es que sintamos indignación, amargura, bronca, culpabilidad y resentimiento hacia ese Dios.
En cambio si nuestra imagen de Dios es positiva y de un Dios que recorre el camino junto a nosotros, podremos entender, valorar y reconocer el consuelo y el amor que nos ofrece. Es ese Dios cariñoso el que permitirá que nuestros espacios vacíos se vuelvan fuentes de transformación, sabiduría interior, entendimiento, misericordia y ternura.
Deberíamos considerar la vida como un regalo y a la vez un préstamo. Esto nos permitirá no luchar demasiado cuando debamos desapegarnos de nuestros seres amados o de circunstancias ya que todo es en calidad de préstamo. Hoy está y mañana, no. A su vez, como peregrinos, un aspecto crucial es el hecho de reconocer que nunca podremos regresar a un lugar (o circunstancia) confiando encontrarlo igual como era, como lo habíamos dejado.
Es que los tiempos, las situaciones y el ser humano, está en permanente cambio y más en este mundo globalizado donde todo está al alcance de las manos gracias a la tecnología.
Podemos contemplar y añorar el pasado, pero deberíamos no aferrarnos a él esperando se mantenga inalterable como quisiésemos o añoramos. Quizás en alguna circunstancia tengamos que acercarnos al pasado para sanar alguna herida pero finalmente sería positivo olvidar lo que queda atrás a fin de seguir caminando hacia adelante, prosiguiendo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.
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