Una esperanza viva
Actualizado: 19 jun 2021
En algún momento de nuestro trajinar por este mundo, tendremos aflicción. Ya Jesús casi al final de su vida terrenal se lo había afirmado a sus seguidores. Les dijo a sus discípulos que pronto serían esparcidos, tanto en el sentido espiritual, como en el físico (Juan 16:31-32). “He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo”.
Sin embargo, a su predicción sobre las aflicciones que se avecinaban, le sumó unas palabras de consuelo: “En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo”. (Juan 16:33).
La aflicción suele tener diferentes rostros, diferentes máscaras: desastres naturales, guerras, maltratos, indiferencia, ingratitud, falta de entendimiento, escasa o mala comunicación, pandemia (como la que estamos soportando en la actualidad), pérdidas de toda índole, enfermedad y muerte.
A pesar de todo ello, como creyentes hemos recibido la promesa de que por medio de la fe, podremos vencer al mundo (1 Juan 5:4). En muchas situaciones tendremos que librar batalla, pero sabemos que no lo hacemos en soledad, sino reconfortados por nuestro Padre Celestial. De la misma manera que Jesús le dijo a sus discípulos en (Juan 16:32) de que él no estaría solo, pues el Padre estaría con él, así mismo seremos consolados y fortalecidos en él.
No obstante, hay momentos en que las cosas no parecieran ser así. Toda vez que sufrimos, quizás nos preguntemos porqué el incrédulo, el despiadado, el corrupto, el impío, el inmoral, se encuentra libre de problemas y faltos de toda justicia, reprimenda y juicio.
Entonces, de qué manera podemos interpretar la palabra de Jesús en (Juan 16:33) de que él ha vencido al mundo cuando al mirar por doquier vemos que la maldad va en aumento y aún sigue permaneciendo este mundo bajo el control y dominio del maligno quien somete y encarcela las mentes y los cuerpos a más no poder.
Pero no solo la humanidad necesita ser liberada y redimida sino la creación misma “Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo”. (Romanos 8:22-23).
Entonces deberíamos hacer el ejercicio de transportarnos mentalmente al futuro, a ese mundo venidero donde finalmente habrá victoria y se conquistará este perverso sistema mundial. Llegará el día cuando “Pelearán contra el Cordero, y el Cordero los vencerá, porque él es Señor de señores y Rey de reyes…” (Apocalipsis 17:14).
Es en ese preciso momento cuando la historia del mundo será cambiada, cuando “…Los reinos del mundo serán de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos”. (Apocalipsis 11:15).
Sea esta promesa profética de victoria, nuestro consuelo en medio de tanta aflicción, tanta injusticia, de crímenes sin castigo, impotencia ante falta de respuestas, tanto cansancio por una desmedida corrupción e impunidad en todos los estratos sociales.
Es en este sentido, cuando leemos e interpretamos las profecías que nos han sido legadas, palpitar el aliento y el alivio de que llegará un tiempo en que todas las cuentas serán saldadas, lo roto, restaurado, lo perdido, encontrado y lo torcido, enderezado “Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo; los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder…” (2 Tesalonicenses 1:6-9).
A su vez, las profecías, prometen que la misma muerte será vencida “…pero que ahora ha sido manifestada por la aparición de nuestro Salvador Jesucristo, el cual quitó la muerte y sacó a luz la vida y la inmortalidad por el evangelio…” (2 Timoteo 1:10).
Y si nos sumergimos más en las profecías, encontraremos la promesa de que sobrevendrá la muerte a la misma muerte “Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda”. (Apocalipsis 20:14). Y esto significa que nuestro renacer en la eternidad nunca más podrá ser amenazado de nuevo por el espectro del pecado, o por el de la separación.
Quizás algunos sientan aversión a leer las profecías que están presentes a lo largo de todas las Sagradas Escrituras, sin embargo los aliento a examinarlas y a estudiarlas y a no tenerles temor, sino leerlas con expectativa, con un fuerte anhelo y suma esperanza de que vendrá un nuevo tiempo, cuando sea la hora, cuando así nuestro Padre lo decida.
Las profecías nos proporcionan la “esperanza viva” de una “una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible” y más allá del pesar que tengamos que pasar por las pruebas de la vida, del dolor, de la incomprensión, la indignación, la impotencia ante la falta de justicia y de la muerte, todo será transformado cuando sea manifestado Jesucristo, nuestro Señor “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos para vosotros, que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para alcanzar la salvación que está preparada para ser manifestada en el tiempo postrero. En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo…” (1 Pedro 1:3-7).
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