"Venid ahora y razonemos dice el Señor"
Tercera Parte
Dios es el único que puede purificar y vindicar a su pueblo y a sus hijos. Miqueas, otro profeta contemporáneo de Isaías, se cuestionaba “¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en misericordia”. (Miqueas 7:18).
Cuando uno reconoce sus errores, sus pecados, sus equivocaciones, se dirige al Señor con un corazón humillado en busca de perdón. Dios en su inmensa misericordia, es perdonador “…no haré caer mi ira sobre ti, porque misericordioso soy yo, dice Jehová, no guardaré para siempre el enojo” (Jeremías 3:12), pero se debe estar dispuesto a aceptar ese perdón correctivo, restaurador y aleccionador por parte de Él, de la misma manera que el pueblo hebreo debió hacerlo a lo largo de sus setenta años de exilio en la tierra idólatra de Babilonia (Jeremías 25:11-12).
Dios no impone, el perdón que Dios ofrece puede ser aceptado o rechazado. El Señor aclara que una nueva vida solo es posible “Si quisiereis…” (1:19). Dios propone, pero no obliga, para ello nos ha dado el libre albedrío, y esto es, la posibilidad de elección.
Pero Israel se venía comportando como un “…pueblo de dura cerviz” (Éxodo 32:9), cayendo en los peores actos de iniquidad. Sus rituales eran puramente vanos. Sabían que estaban errando, sin embargo, prefirieron seguir en el camino de las tinieblas, al camino de luz que Dios les ofrecía. En esos tiempos, algo espantoso y terrible sucedía en la tierra “…los profetas profetizan falsamente los sacerdotes gobiernan por su cuenta, y a mi pueblo así le gusta”. (Jeremías 5:30-31). El pueblo estaba consciente de su proceder “…y a mi pueblo así le gusta”. El pueblo había rechazado a Dios y aceptado con gusto la injusticia.
El pueblo de Dios estaba cumpliendo con una religión de exhibición o apariencia: supuestamente viva por fuera, pero muerta por dentro. Finalmente cayeron copiando los rituales de dioses ajenos y las costumbres de otros pueblos, dejando de lado, al verdadero Dios de Israel, el Dios que los cuidó mientras eran un pueblo nómade vagando en busca de un lugar, el que los libertó de la esclavitud de Egipto prometiéndoles una tierra nueva, y un Dios que los protegió durante cuarenta años en el desierto camino hacia la tierra prometida.
Continuará…
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