Y el velo se rasgó

Basado en: Mateo 27:50-51

“Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo…”.

En el Templo de Jerusalén, un grueso velo, Hebreos 9:1-9, (confeccionado de fino lino torcido, Éxodo 26:31, en color, azul, púrpura, carmesí), separaba ambas estancias, el lugar Santo, donde moraban los hombres, del lugar Santísimo, morada terrenal de Dios, Isaías 59:1-2.

Pero en un momento dado algo sucedió, el grueso velo que hasta el mismo historiador judío Flavio Josefo dijo que si ataban dos caballos en sus extremos era imposible de romper, en Mateo 27:50-51 se narra lo siguiente: “Mas Jesús, habiendo otra vez clamado a gran voz, entregó el espíritu. Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo…”.

Ese gruesísimo velo que nadie podía romper se rasgó en dos de arriba abajo cuando Jesús murió. ¿Qué sucedió? ¿fue mera casualidad? ¿alguien lo rompió? ¿quizás estaba vieja la tela?

La respuesta es NO, la vida de Jesús entregada voluntariamente (Juan 10:17-18) y su sangre derramada en el madero abrieron un portal permitiendo a partir de ese momento el libre acceso al trono de gracia del Padre. “Así que, hermanos, teniendo libertad para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesucristo, por el camino nuevo y vivo que él nos abrió a través del velo, esto es, de su carne, y teniendo un gran sacerdote sobre la casa de Dios…” (Hebreos 10:19-21).

Y ¿de qué manera tenemos libre acceso al trono de gracia?

Mediante la oración. Ya no necesitamos intermediarios. Nosotros somos los que mediante la oración accedemos al Padre en calidad de hijos, pues hemos recibido el espíritu de adopción (Romanos 8:15).